Por Marco Lara Klahr
Como es habitual cuando hay gran alarma colectiva, la tragedia en
la escuela Sandy Hook Elementary de Newtown [Fairfield, Connecticut],
que costó la vida a 28 personas [diciembre 14, 2012], posee una arista
mediática que puede ser de utilidad para enriquecer el debate en México.
Dicha veta se compone de cuatro elementos:
- El desempeño de la autoridad local acerca del momento adecuado para publicar los nombres de las víctimas.
- El acoso de los periodistas ―azuzados por sus medios― contra sobrevivientes para obtener testimonios donde y como fuera.
- El debate social sobre ese enfoque de la industria noticiosa que sobrevisibiliza al posible victimario.
- La decisión de diversos medios de abstenerse de publicar el nombre de aquel a quien la policía atribuye esta matanza ―tras la reacción social a la que alude el punto anterior.
No obstante la presión de periodistas y medios, la autoridad local
optó por no revelar los nombres de las víctimas sin antes notificar de
manera personal a sus familias. De esta manera, privilegió los derechos
de las víctimas sobre los de aquellos.
Muchos periodistas se echaron a las calles del pueblo en busca de
sobrevivientes que ilustraran sus historias, sin importarles el impacto
emocional que podían producir en ellos, así como violar sus derechos a
la privacidad y la propia imagen.
En este contexto resurgió una discusión pública que había adquirido
fuerza tras la matanza en un cine de Aurora [Colorado], en julio del año
pasado, durante el estreno de The Dark Knight Rises: si un
incentivo de los autores de estas atrocidades es figurar mediáticamente,
¿por qué los periodistas y los medios les son funcionales?
Esto ha llevado a discutir, asimismo, la pertinencia de que la
Comisión Federal de Comunicaciones ―entidad pública reguladora de los
medios de comunicación en Estados Unidos― emita normas que prohíban
mencionar los nombres de tales homicidas.
Cuando los medios industriales de aquel país sintieron la presión
social por lucrar con la tragedia de Newtown y convertir en celebridad
al perpetrador, a propuesta de periodistas de CNN muchos decidieron
expresamente no mencionarlo por su nombre.
Hasta ahí va el asunto.
Dudo que el histriónico Barack Obama y su administración vayan mucho
más allá de los discursos llorones y chantajistas, y se empeñen en
reducir la cultura de las armas y la disponibilidad de estas, pero si la
presión de la sociedad estadounidense está consiguiendo que los medios
modifiquen y estandaricen sus políticas editoriales relativas a la
información sobre violencia y delito, se obtendrá un cierto provecho de
la tragedia.
En México este tipo de debates no acaba de tomar fuerza, y eso muestra que quizás aprendemos más lento o no aprendemos.
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