A Nora
Jesús Rito GarcíaFoto: Blanca Padilla Feria del mezcal Oaxaca |
Hace como diez años, o más… Estuve viviendo una temporada en
la ciudad de Nápoles, Italia. Un lugar muy parecido a México, o quizá más loco,
esperpéntico, como diría Valle-Inclán (Las imágenes más bellas en un espejo
cóncavo son absurdas). Entonces por esos ayeres yo tendría unos veinte años y
un cúmulo de estupideces en la cabeza, como suele suceder a esa edad. También
tenía muchas ganas de conocer, de viajar, de hablar de mi vida mexicana en
Europa. Y entre las muchas historias que llegué a contar muy afanosamente fue
la historia del mezcal. Me la sabía de memoria. Además, llevé un par de botellas, las cuales durante mis dos
primeros días en Madrid se acabaron, no quedando más que el recuerdo del nombre
de la botella “Para todo mal, mezcal. Para todo bien también”.
Fue un viaje
bastante etílico. En esa casa, pequeña comuna oaxaqueña en Madrid, se bebía de
noche y se dormía de día, para no sentir el Jet
lag. Siete horas de diferencia tenían que compensarse de alguna manera.
Luego entonces, al no haber más botellas de mezcal, tuve que suplirlas con
vino, grappa (aguardiente de uva), o cualquier cosa que emborrachara.
Pero para sorpresa mía, después de hablar tantas maravillas
del mezcal, que si te hace perder la razón en menos que canta un gallo, que si
su elaboración es “artesanal”, que es una bebida prehispánica; mientras iba con
una amiga a comprar vino a granel, en un tendajo; entre las bebidas importadas
estaba una rebosante y alegre botella de mezcal. En esos ayeres ni en la Ciudad de México se podía encontrar un mezcal
decente. Entonces lo compramos y nos fuimos a ponernos una rebosante y excelsa
borrachera con los amigos, aunque en realidad el único que bebió mezcal fui yo;
ya que no les gustó y sólo lo probaban, y si a lo mucho, alguno llegó a tomarse
una copa. Tal vez no era tan bueno, pero de que yo era un borracho, ni dudarlo.
Imagino
que para exportar bebidas alcohólicas lleva un largo proceso. Pienso
que no es nada fácil cumplir con todas las normas y estándares
de calidad. Pero también pienso que de todo el proceso para que una
botella
pueda estar en cualquier tienda del mundo, lo más difícil es el inicio.
La agroindustria de mezcal en Oaxaca se encuentra integrada
por tres sectores que no necesariamente comparten expectativas comunes, sino
que la mayoría de las veces presentan intereses antagónicos.
De estos tres sectores, el sector más ventajoso y con
expectativas sólo monetarias es el sector de envasadores y comercializadores.
Son ellos, los que reciben los beneficios de la agroindustria. Son ellos los
que compran a muy bajo precio y venden a precios exorbitantes en México y en el
extranjero. Un amigo que vive en Nueva York me comentó que allá, una botella te
cuesta alrededor de 200 dólares, cosa que ni de risa un productor desde su
palenque podría llegar a vender.
Calos Marx lo llamó plusvalía, pero yo creo que en el caso de
Oaxaca se puede llamar “gandallés”. Que al igual que en muchas otras cosas,
siempre llegan aquellos que se aprovechan de los que hacen las cosas con mucho
esfuerzo.
El proceso del mezcal es muy complicado y por lo tanto se
debe valorar aún más, pagar a los que realmente hacen el trabajo. También se deben buscar las formas de realizar de manera
sustentable los cultivos de magueyes silvestres, así como vigilar el proceso de
quema de leña y deforestación que conlleva el aumento en la producción de
manera artesanal. En fin, esperemos que la suerte del mezcal no sea incierta.
mientras tanto: Para todo mal, mezcal. Para todo bien, también… Y si no hay
remedio litro y medio.
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