martes, 5 de agosto de 2014

De la desorganización al ritual



Los linchamientos ocurridos en los últimos años no son protagonizados por “turbas”, “muchedumbres”, “chusma” o el “pueblo enardecido”, lo cual implicaría desorganización y falta de objetivos, sino por el contrario, por colectivos cada vez mejor organizados.
 
Y las cifras lo demuestran. Entre 2001 y 2009, de los 252 linchamientos ocurridos en el país, 75 por ciento estuvieron escasamente coordinados; mientras que en los 118 ocurridos en el periodo 2010-2011, el 50% estuvo mejor organizado.

Los pasos del ritual, en cuyo diseño intervienen los medios audiovisuales de comunicación de acuerdo con el maestro Gabriel Araujo, evidencian que tras la aparente confusión, existen líderes y mecanismos de convocatoria y de activación de redes sociales: tocar las campanas para llamar a más población, trasladar a los presuntos delincuentes hasta la plaza pública, someterlos a interrogatorio, exponer demandas y negociar con las autoridades. 

Acciones de gran complejidad éstas últimas y que por fuerza requieren mayor organización, incluso premeditación, explica Gamallo en su tesis.

Así pues, en cada linchamiento con carácter vigilantista subyace la existencia de organizaciones formales e informales que se activan para el ajusticiamiento, grupos de vecinos, líderes locales, brigadas de seguridad, entre otras, como dice Alfredo Santillán, citado por Gamallo.

El “Nosotros” frente a un “Ellos”

Quienes linchan, ven al opositor como enemigo, y al linchamiento como forma de eliminar al enemigo. El otro, el linchado, aun cuando sea vecino, al atacar bienes y servicios se transforma en enemigo, en extranjero. Ya no es parte del “nosotros”.

Esta división es muy fácil lograrla en el centro del país, donde, inmersos en la metrópoli, se encuentran los llamados “pueblos originarios”, históricamente unidos y a la defensiva desde hace medio siglo cuando la ZMVM comenzó a crecer desorbitadamente.

Contra las lógicas individualizantes y disgregatorias de la gran urbe, estos pueblos se hallan en cotidiana interacción para organizar fiestas religiosas; la asamblea comunitaria y el trabajo comunitario también los reúne políticamente y esto les da cohesión, marcando un “Nosotros” frente a un “Ellos”.

“Las actividades comunitarias funcionan como detonadores del sentido de pertenencia y por consiguiente de identidad común frente a los del otro pueblos o frente a los habitantes ‘no originario’ o ‘avecindados’”, dice María Teresa Romero Tovar citada por Gamallo.

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