Por Blanca Padilla
La protesta social se ha vuelto cada vez más violenta,
casos concretos: lo ocurrido en el D.F. durante la toma de posesión de Enrique
Peña Nieto, lo sucedido en Guerrero hace unos días, donde fueron destrozadas
las sedes de varios partidos políticos, y los disparos escuchados este primero
de mayo durante las marchas en Oaxaca.
Sin embargo, cabe preguntarse, quién está detrás de esta
exacerbación de la violencia, quiénes se manifiestan o quiénes desean erradicar
la protesta como forma de defensa de los derechos humanos, sociales, políticos o
del tipo de que se trate.
A quién conviene que, visto esto, la sociedad condene iracunda a quienes protestan.
El candidato a maestro en estudios latinoamericanos, Mario Bravo Soria, estudioso de estos temas, desarrolló el concepto contrainsurgencia simbólica, para hablar de este asunto
donde, haciendo uso de los medios, el poder establecido combate la protesta
social.
Para Bravo Soria, la protesta es un relato alternativo al instituido, una forma
de romper con el esquema, una posibilidad distinta, la creación de nuevos
sentidos, subjetividades alternativas a las existentes.
De ahí la importancia de la creatividad al protestar.
Para Mario Bravo Soria, las marchas multitudinarias, perdieron ya su
efectividad y urge encontrar nuevas formas que logren el consenso social, como
lo hicieron esas megamarchas en los años setentas y ochentas del siglo pasado.
En este momento, el hartazgo social por los bloqueos a las vía de comunicación favorece
la contrainsurgencia simbólica, el hecho de que se vilipendie y criminalice al
sujeto que protesta usando los medios de comunicación con el objetivo de
aniquilarlo y cortar sus posibles vínculos con el resto de la sociedad.
Y la constrainsurgencia simbólica no persigue otra cosa
que, gracias al miedo, legitimar los
procesos represivos hacia quienes han transgredido el orden al efectuar
manifestaciones públicas de su rechazo a lo establecido.
Mientras más violencia haya en las protestas, mayor
justificación tendrán los represores para actuar, entonces, ¿a quién conviene
que los actos de protesta se radicalicen?
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