miércoles, 15 de mayo de 2013

El «show» no tenía por qué continuar


     Por Marco Lara Klahr

El asesinato de los jóvenes Alfredo David y Diego Alejandro Páramo González -20 y 21 años- [Chihuahua, mayo 4, 2013] ha ido diluyéndose entre la polarización social dentro del espacio público digital; la habilidad del gobernador chihuahuense, César Duarte, en el «manejo de crisis» comunicacionales, y la mezquindad predominante en la industria de las noticias. Al final, otra vez, no se vislumbra Justicia ni parece haber aprendizaje social.
Nadie debe morir asesinado. En México, el orden constitucional no prevé la pena de muerte. Así, es falaz sostener que los muchachos Páramo González murieron por: a) «andar metidos en algo», o b) la actividad profesional de sus padres, los periodistas David Páramo y Martha González Nicholson. Murieron porque alguien los asesinó y el autor intelectual intuye que sus probabilidades de impunidad son altísimas -del 99%, a juzgar por la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública 2012 del INEGI.

En suma, no es ético ni constructivo centrar el debate en si había «merecimientos» para que Alfredo David y Diego Alejandro murieran violentamente. No debieron morir de esa forma y, en tanto víctimas, ellos y su familia merecen Justicia.
Debemos fiscalizar al gobierno de Duarte, que se ha caracterizado por su ineptitud en la materia. Si el sistema de justicia penal no da certeza respecto de la exhaustividad y legalidad de la investigación; la solidez de las pruebas y la clarificación del móvil; y la legalidad y transparencia del proceso, habrá impunidad o percepción de impunidad.

Y otra arista del asunto es la relacionada con la actividad periodística de sus padres y la reacción de la industria de las noticias. Al respecto, algunas notas para pensar:

1.       A horas del asesinato, Carlos González, de la Fiscalía General del Estado, y César Augusto Peniche, delegado de la Procuraduría General de la República en Chihuahua, descartaron sin fundamento que aquel se relacionara con el ejercicio periodístico de Páramo y González Nicholson. Luego el gobernador Duarte confirmó tal versión, añadiendo, de forma predecible, que el móvil se relacionaba con tráfico de drogas.
2.      De forma paralela, personeros de su gobierno pretendieron convencer a periodistas influyentes de que, en efecto, las víctimas mortales «andaban metidas en el narco».
3.      Al mismo tiempo, en las redes sociales por Internet, se manifestaba descarnadamente la polarización social, predominando la opinión justificatoria y hasta celebratoria del asesinato, arguyendo que los muchachos «andaban metidos en algo» o el repudio al periodismo de Páramo, el padre.
4.      Con fortuna, en la generalidad de los medios industriales nada de eso prendió. La mayoría optó por publicar la información en tono mesurado, aparte de opiniones contra el linchamiento moral de los jóvenes y de su padre. Proceso fue excepción notabilísima: en una suerte de «transmedialidad», subyugado por la atmósfera virtual de linchamiento, acabó sumándose, justificando la atrocidad, al titular«David Páramo se lo merecía» un análisis superficial sobre lo discutido en dichas redes [mayo 10, 2013].
5.      El encono hacia David Páramo proviene de su programa «No tires tu dinero» [Reporte 98.5, lunes a viernes, 18:00-20:00 horas], aparentemente concebido para vincular a usuarios y prestadores de servicios financieros o comerciales, pero donde el periodista insulta, denigra, amenaza, discrimina y criminaliza con voz destemplada a los primeros, mientras es obsequioso con los segundos, todo ello ambientado con canciones y efectos obscenos y denigratorios. La página de Facebook «Odio a David Paramo (Oficial)» es una de las lamentables muestras de reacciones que Páramo despierta en la audiencia.
6.      Existe, a propósito, una página de Facebook titulada «No a El Peso», nutrida por lectores que rechazan la política editorial del periódico amarillista El Peso, del corporativo de El Diario de Chihuahua; en cuyas páginas se exhibe e insulta a víctimas de la violencia y el delito, y a personas detenidas e imputadas de delito, y cuya editora es Martha González Nicholson, la madre de los muchachos asesinados.
7.      Esta complejidad y sus paradojas son opacadas, sin embargo, por la mezquindad de la emisora Reporte 98.5, del Grupo Imagen, de Olegario Vázquez Raña: ¿Hubo un pésame institucional expresado con todos los recursos comunicacionales? No. Es como si previeran que el asesinato derivaría en un asunto de drogas y evitaran «contaminarse».
8.      Y algo peor: toda la semana pasada, ante la explicable ausencia de Páramo, en vez de poner al frente de «No tires tu dinero» a un conductor suplente o advertir que el programa se interrumpiría temporalmente, retransmitieron emisiones pasadas: el impacto psicológico de escucharlas era enorme. Páramo acababa de perder a sus dos hijos, asesinados, y no obstante, se le escuchaba en su programa insultar y denigrar a sus radioescuchas sin que, además, nadie advirtiera que era una retransmisión, o sea, que él no estaba en vivo. Vaya manera de pisotear, desde su propio medio, a un colega. Esta vez realmente el «show» no tenía por qué continuar.

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