lunes, 30 de mayo de 2011

Privilegios e iniquidades de quienes alcanzan un poco de poder

Blanca Padilla

Oficialmente,  el salario de un diputado es de 42 mil pesos netos mensuales, de acuerdo con la página web del Congreso y con información dada a conocer en estos días por el Instituto Estatal de Acceso a la Información Pública (IEAIP).
A esta cantidad se le deben sumar las compensaciones y apoyos económicos que reciben los diputados para pagar a sus colaboradores y servicios como los de telefonía e Internet, lo que no hace público el Congreso.
Lo cierto es que, sea cual sea la cantidad total, de un golpe muchos políticos, algunos sin méritos suficientes, se sacaron la lotería de ser parte del Congreso. Con esos salarios se alejan brutalmente de la gran mayoría de ciudadanos que perciben tan sólo entre dos y tres salarios mínimos por día, poco más de 150 pesos, o menos de cinco mil pesos al mes.

Dada esa singular cantidad percibida por estos representantes del pueblo, se explica la transformación que han sufrido de noviembre de 2010 a la fecha algunos de ellos. Diputados y diputadas que llegaron a su curul tímidamente y en esos primeros recibían amablemente a quien los buscara. Ya no sucede así, ahora son necesarias citas con varios días de anticipación. Se han llenado de trabajo, parece. 
Muchos se cubren ya con trajes y vestidos a la medida, calzan zapatos caros y han adquirido esas afectadas maneras de los nuevos ricos.
No faltan también los que dejan sus oficinas del Congreso en manos de familiares: cuñadas, esposos, sobrinos, primos, no importa, sólo es necesario tener cerca a una persona “de su absoluta confianza”. ¿Para desarrollar su trabajo legislativo?, debe ser. 
Y no es que estas personas no tengan méritos profesionales o incluso personales y políticos, sino que no es ético. Los cargos de representación popular no son feudos familiares. Pero así lo asumen estos reyezuelos oportunistas, anclados en la protección de su partido y del estado, sin escrúpulos y sin vergüenza. Endiosados además por quienes buscan su gracia.
El servilismo campea en torno a ellos. Pero, en este punto, como ya lo dijo mi siempre admirado Miguel de Unamuno en La agonía del cristianismo, “No fue el tirano el que hizo al esclavo, sino a la inversa. Fue uno que se ofreció a llevar a cuestas a su hermano y no éste quien le obligó a que le llevase”. 
Así se comportan algunos de los personajes de los que se rodean los diputados. Haciendo gala de actitudes humillantes les cargan solícitamente la sombrilla para que el sol no los toque, los cubren apenas sienten una brisita, los escoltan como perros fieles por los pasillos del solitario Congreso, sufren por saber en qué más se les puede servir.
Y probablemente esto lo veríamos normal en diputados priístas, hay tradición de ese lado, pero no, esto ocurre también entre quienes se dicen de izquierda, lo cual resulta doblemente inmoral, porque se predica con un discurso progresista y se actúa de la manera más retrógrada permitiendo ser tratado como reyezuelo.
Esto último en buena parte es sólo de forma y producto de la indignación y desprecio que siento ante las manifestaciones de absurdo servilismo. Pero, ya en el trabajo, tampoco se ve que los diputados hayan hecho algo sustancial para resolver, por ejemplo, los conflictos que vive Oaxaca cuando la ley los dota de tantas atribuciones para actuar. 
Al contrario, entre ellos hay quienes reiteradamente han dicho que no está en sus manos dar solución a los conflictos poselectorales y se han contentado con linchar a funcionarios del ejecutivo, dicho esto sin asumirme como abogada del Diablo.
Lo que no dicen es que están atados por sus propios intereses políticos, porque son incapaces de separarlos de su función pública. Más que representantes del pueblo, los diputados son, durante toda su gestión, los mejores promotores de sus ambiciones personales. 
Quieren verse en las primeras planas de los diarios todos los días. No importa si lo que hacen es de interés público o no, lo único que les interesa es figurar, aún haciendo caravanas con sombrero ajeno, echando mano de recursos y programas federales o estatales. 
Ah, porque eso sí, la mezquindad es sello personal de algunos de ellos. La generosidad no la conocen, aunque se precien de ella. Antes que compartir con sus electores algo de lo que ahora disfrutan, prefieren hacerse de terrenos y de casas u otros bienes. Son previsores, de eso no hay duda, ya habrá periodos de vacas flacas y ellos estarán seguros. 
Y en todo esto, algo que indigna también es la complacencia de los medios. En lugar de cuestionar a los diputados por esta o aquella actitud, por este o aquel hecho, los compañeros reporteros se pliegan a sus pies preguntándoles cualquier incoherencia. 
No todos, hay sus honrosas excepciones, gracias a Dios, y sin embargo uno se encuentra con colegas que son capaces de postrarse así ante un diputado o diputada:
“Le agradezco el envío de su información, durante todo el primer periodo de sesiones he sido testigo de su enorme e importante trabajo legislativo, pero me da enorme gusto ver que me han tomado en cuenta para difundir y contribuir un poco con la difusión de sus actividades en mis sencillos espacios de información. Siempre a sus amables ordenes”. 
Mas indigno no se puede ser, aunque no sabemos a qué precio.  Y ante esto, cabe preguntarse, qué le estamos informando al pueblo, al que se supone nos debemos los periodistas, al que se supone debemos mantener informado. 
Es cierto, los medios en Oaxaca aún no tienen una amplia base de lectores entre los ciudadanos. El pueblo no tiene dinero, lo ha dejado en manos del erario público y una buena parte de ese capital, 322 millones 165 mil 190 pesos este año para ser exactos, está a disposición de los diputados. 
Ningún medio sobreviviría de sus ventas. Deben atenerse a quienes les compran publicidad y, en algunos casos, a quienes los subsidian.
El pueblo, como dice Roque Dalton, sólo podría pagar 20 centavos de libertad de expresión y derecho a la información. En cambio, los diputados pueden pagar lo que su real gana les permita, tienen dinero a mano, y aún les quedan dos años y medio para disfrutar su temporal abundancia. 
Ojalá que por lo menos en este Periodo Ordinario de Sesiones que está por comenzar, y en los sucesivos, trabajen mejor y legislen lo que hace falta legislar no ocurrencias que se van a quedar eternamente en el archivo.




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