Por Marco Lara Klarhk / Edar Medi@_tica
«Viola a su hija; la enseña a ser mujer» [Noticias Vespertinas, marzo 6, 2007, con tipografía roja en portada] y «¡Qué poca…!» [Metro, abril 1, 2010, en tipografía calada sobre la fotografía de portada de la madre de Paulette] son de los titulares más brutalmente machistas publicados en medios informativos durante el más reciente lustro.
Habitualmente, en las redacciones los periodistas celebramos este tipo de encabezados, considerándolos perlas del ingenio editorial. Es entendible. En su verticalidad, las redacciones de los medios suelen ser espacios donde quienes producimos la información vivimos sometidos a los mandos editoriales.
«Viola a su hija; la enseña a ser mujer» [Noticias Vespertinas, marzo 6, 2007, con tipografía roja en portada] y «¡Qué poca…!» [Metro, abril 1, 2010, en tipografía calada sobre la fotografía de portada de la madre de Paulette] son de los titulares más brutalmente machistas publicados en medios informativos durante el más reciente lustro.
Habitualmente, en las redacciones los periodistas celebramos este tipo de encabezados, considerándolos perlas del ingenio editorial. Es entendible. En su verticalidad, las redacciones de los medios suelen ser espacios donde quienes producimos la información vivimos sometidos a los mandos editoriales.
Esas redacciones donde se expresan el machismo y sexismo
estructurales producen y publican fatalmente noticias con enfoques
machistas y sexistas, y hasta llegan a celebrarlas. Ahí se revictimiza a
las víctimas, con más saña si son mujeres porque el machismo y el
sexismo poseen una carga de misoginia, y en una sociedad machista y
sexista los/las discriminadores/as de las mujeres son impunes.
En enero de 2011 publiqué en mi antiguo blog «meDios» la entrada «… otra fue golpeada porque menstruaba»,
exhibiendo otra muestra de este fenómeno, trasminado en noticias que a
su vez refuerzan el machismo y sexismo entre la comunidad ―con lo cual
la noticiosa se revela como industria discriminatoria.
Aludía a la nota «Zumpango: asaltan obra y violan a una mujer» [La Jornada,
abril 6, 2008], la cual informaba que «Unas 25 personas armadas robaron
siete mil metros de cable eléctrico, herramientas y 12 mil pesos
destinados a la nómina en la obra de construcción […] La policía
municipal indicó que los atacantes amordazaron y golpearon a 20
albañiles y tres vigilantes de la obra. Además, al menos siete abusaron
sexualmente de una mujer de 18 años que había llevado cena a su marido y
la dejaron inconsciente; otra fue golpeada porque menstruaba y no
quisieron violarla».
Anotaba que: «En la cabeza como en el cuerpo, la jerarquización
editorial considera más relevante el robo. […] esta forma de organizar
la realidad dando la mayor relevancia a un robo anodino sobre el ataque
físico a 23 trabajadores y la violencia machista extrema contra dos
mujeres fue determinada desde el emisor originario de la noticia, “la
policía municipal”. Quien hizo la nota y su editor se sometieron a esta
pauta, denotando un ejercicio profesional en automático, guiado por un
clásico parte de comandancia».
Añadía que «La violación tumultuaria, que constituye un crimen
machista, ni siquiera es nombrada así. En los hechos, también se le
minimiza no sólo por mencionársele casi al final […], sino porque ella
aparece en relación de dependencia respecto de “su marido”».
Y concluía que «se atribuye a una de las víctimas la responsabilidad
sobre el ataque en su contra, al afirmarse que “otra fue golpeada porque
menstruaba”. De acuerdo con esta narrativa, no la golpearon por
criminales, ni por abusivos, ni por misóginos, ni por impunes, sino
porque osó menstruar justo cuando a ellos se les apetecía violarla…».
Ahora, al seguir el manejo noticioso del asalto a un campamento en el
Parque Ecológico El Colibrí [oriente del Estado de México, julio 12,
2012], vuelvo a encontrar el fenómeno que he referido. En la noticia «Ignoran denuncias en zona de violación»
[julio 15, 2012] ―encabezado que normaliza la existencia de lugares
donde con frecuencia se ataca a mujeres, como decir «zona escolar» o
«zona de derrumbes»―, Reforma cita supuestas palabras de la
madre de una de las adolescentes víctimas de abuso sexual y otras formas
de violencia machista: «Fue ella una de las que atacaron [se refiere a
su hija de 13 años]. Ella no fue ultrajada, pero sí la tocaron,
invadieron su privacidad, le tocaron sus partes privadas y fue eso nada
más. […] «Aparte del susto y de las amenazas […] pero afortunadamente no
la lastimaron, no la hirieron».
Esa mujer no está obligada a saber que al decir esto para su
publicación, si es que lo dijo tal cual, justifica y minimiza la
violencia sexual y machista, proponiendo una escala de valores donde el
que su hija fuera «tocada» no constituye ultraje y ya que los agresores
«nada más» le tocaron «sus partes privadas», «afortunadamente no la
lastimaron».
En cambio, los reporteros que produjeron la nota y los editores que
la publicaron están obligados, ineludiblemente, a producir noticias con
referentes deontológicos basados en perspectiva de género; en tanto
profesionales que nos beneficiamos de las libertades de información,
nuestra profesión es delimitada por normas éticas y legales específicas.
En el periodismo debemos proteger a las víctimas con estándares
editoriales explícitos, no solo porque en un escenario dado ellas son
las más vulnerables, sino porque muchas veces hablan con nosotros
confiadas en nuestro profesionalismo y lealtad.
La semana próxima hablaré de guías disponibles para comunicar con
perspectiva de género, sin sexismo ni discriminación, y evitando la
revictimización de las mujeres.
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