martes, 17 de julio de 2012

Los últimos cristeros, poco honor para Antonio Estrada

Por Blanca Padilla
El tema de esta película, una de las siete que se presentarán en la primera Semana de Cine Mexicano Independiente en Oaxaca, es interesantísimo. La guerra cristera que se vivió en México apenas terminada la Revolución ha sido poco explotada y las novelas que lo han abordado fueron relegadas.

Justo es la historia de Rescoldo, los últimos cristeros, de Antonio Estrada, una novela  proscrita. En ella se basa la cinta que nos ocupa. De ahí quizá las expectativas que generó. Sin embargo, dejó mucho que desear.

Los últimos Cristeros para mí es una película de bostezo infinito y no nos dice prácticamente nada acerca de lo que fue la guerra cristera, ese absurdo pero inquietante movimiento armado en el que la feligresía católica se enfrentó con el gobierno de Plutarco Elías Calles, de 1926 a 1929, y luego con el de Lázaro Cárdenas de 1934 a 1940, ante la pretendida implantación de la educación socialista.
Todas las características de este movimiento dan para muchísimo y algunos escritores lo han sabido explotar  muy bien a pesar de que no se habla mucho del tema, o justo por eso. Rulfo, quien lo vivió muy de cerca, lo retomó en algunos de sus cuentos, incluso en Pedro Páramo; Elena Garro en  Los recuerdos del Porvenir y Antonio Estrada en Rescoldo. Por eso, yo esperaba mucho más de esta película, pero nada.


De acuerdo con lo que en esta película de Matias Meyer, me parece raro que haya sido premiada en Touluse. En cambio, me parece obvio que a Enrique Rivero, el productor, cuando esta cinta se presentó en Málaga, la gente le haya preguntado tanto acerca de esta guerra, por lo poco conocida que es y porque en la película prácticamente no se dice nada de ella.

Al principio solo se lee el manifiesto del presidente Plutarco Elías Calles donde prohibía oficiar misas en los templos, entre otras cosas. A partir de ahí solo se ve que van y vienen por el monte cinco hombres de apariencia campesina, norteños, pero con un acento estándar, que de vez en cuando reciben balazos de enemigos que nunca se ven.

Estrada nos habla de unos guerrilleros apasionados, muy convencidos de la justeza de su causa y dispuestos a morir por ella. Tanto que arrastran en su lucha a sus mujeres e hijos. En cambio, la película nos muestra seres apáticos que dicen sus líneas sin convicción. De esta suerte, el momento más dramático en la novela: cuando los visita el padre Montoya, en la película se ve como accesorio.

Los corridos, parte importante en la novela, por ser la voz popular que recoge la historia de estos hombres, en la película solo llega a ser un lugar común, una estampa campirana: revolucionarios que cantan algunos versos ante una hoguera.

El habla popular de estilo rulfiano, empleado por Estrada, está ausente. El manejo de varios puntos de vista, al estilo de Elena Garro, que el novelista duranguense introduce en su novela, nunca se percibe en la película. El punto de vista de ese huérfano de la cristiada que fue Estrada y que pudo explotarse no existió.

Los personajes se la pasan prácticamente mudos y sus gestos y ademanes tampoco sustituyen la palabra. La actuación es forzada, los personajes parecen estar leyendo lo que dicen, lo hacen mecánicamente, sin ninguna intención. Ese cristianismo que en quienes fueron a esa guerra debió rayar en fanatismo y más en quienes siguieron levantados en armas, cuando la mayoría las había dejado, no se aprecia.

Esa advertencia-amenaza en Rescoldo de que esta pugna sigue latente, tampoco aparece en la cinta.

La recurrente cámara fija logra buenas estampas, bonitos paisajes, pero transmite demasiada quietud, la historia se estanca, no progresa, es lentísima. Si se quiso emular la inmensa soledad de los paisajes de Rulfo, emulados por Estrada, con esto no se consiguió.

En cambio, si este filme presentado por OaxacaCinees pretendía hacer sentir al espectador que esos últimos cristeros sentían un aburrimiento semejante al de los atrincherados de la Primera Guerra Mundial, que no supieron sino hasta años más tarde que la guerra ya había terminado, lo logró.

Y, si con ese repentino final que, pensándolo mucho, remite a la crucifixión de Cristo, quiso hablar, como lo hace Estrada, de la abnegación con la que esos últimos cristeros enfrentaron morir por Cristo, no consiguió el dramatismo que esto ameritaba y lo único que provocó fue la risa y el desconcierto entre el público que asistió a verla este lunes en el Teatro Macedonio Alcalá.

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