Por Blanca Padilla
El tema de esta película, una de las siete que se
presentarán en la primera Semana de Cine Mexicano Independiente en Oaxaca, es interesantísimo.
La guerra cristera que se vivió en México apenas terminada la Revolución ha
sido poco explotada y las novelas que lo han abordado fueron relegadas.
Justo es la historia de Rescoldo, los últimos cristeros, de Antonio Estrada, una novela proscrita. En ella se basa la cinta que nos
ocupa. De ahí quizá las expectativas que generó. Sin embargo, dejó mucho que
desear.
Los
últimos Cristeros para mí es una película de bostezo infinito y no nos dice
prácticamente nada acerca de lo que fue la guerra cristera, ese absurdo pero
inquietante movimiento armado en el que la feligresía católica se enfrentó con
el gobierno de Plutarco Elías Calles, de 1926 a 1929, y luego con el de Lázaro
Cárdenas de 1934 a 1940, ante la pretendida implantación de la educación
socialista.
Todas las características de este movimiento dan para muchísimo
y algunos escritores lo han sabido explotar muy bien a pesar de que no se habla mucho del
tema, o justo por eso. Rulfo, quien lo vivió muy de cerca, lo retomó en algunos
de sus cuentos, incluso en Pedro Páramo; Elena Garro en Los recuerdos del Porvenir y Antonio Estrada
en Rescoldo. Por eso, yo esperaba mucho más de esta película, pero nada.
De acuerdo con lo que en esta película de Matias
Meyer, me parece raro que haya sido premiada en Touluse. En cambio, me parece
obvio que a Enrique Rivero, el productor, cuando esta cinta se presentó
en Málaga, la gente le haya preguntado tanto acerca de esta guerra, por lo poco
conocida que es y porque en la película prácticamente no se dice nada de ella.
Al principio solo se lee el manifiesto del presidente
Plutarco Elías Calles donde prohibía oficiar misas en los templos, entre otras
cosas. A partir de ahí solo se ve que van y vienen por el monte cinco hombres
de apariencia campesina, norteños, pero con un acento estándar, que de vez en
cuando reciben balazos de enemigos que nunca se ven.
Estrada nos habla de unos guerrilleros apasionados, muy
convencidos de la justeza de su causa y dispuestos a morir por ella. Tanto que
arrastran en su lucha a sus mujeres e hijos. En cambio, la película nos muestra
seres apáticos que dicen sus líneas sin convicción. De esta suerte, el momento
más dramático en la novela: cuando los visita el padre Montoya, en la película
se ve como accesorio.
Los corridos, parte importante en la novela, por ser la
voz popular que recoge la historia de estos hombres, en la película solo llega
a ser un lugar común, una estampa campirana: revolucionarios que cantan algunos versos ante
una hoguera.
El habla popular de estilo rulfiano, empleado por Estrada,
está ausente. El manejo de varios puntos de vista, al estilo de Elena Garro, que
el novelista duranguense introduce en su novela, nunca se percibe en la
película. El punto de vista de ese huérfano de la cristiada que fue Estrada y
que pudo explotarse no existió.
Los personajes se la pasan prácticamente mudos y sus
gestos y ademanes tampoco sustituyen la palabra. La actuación es forzada, los
personajes parecen estar leyendo lo que dicen, lo hacen mecánicamente, sin
ninguna intención. Ese cristianismo que en quienes fueron a esa guerra debió
rayar en fanatismo y más en quienes siguieron levantados en armas, cuando la
mayoría las había dejado, no se aprecia.
Esa advertencia-amenaza en Rescoldo de que esta pugna
sigue latente, tampoco aparece en la cinta.
La recurrente cámara fija logra buenas estampas, bonitos
paisajes, pero transmite demasiada quietud, la historia se estanca, no
progresa, es lentísima. Si se quiso emular la inmensa soledad de los paisajes
de Rulfo, emulados por Estrada, con esto no se consiguió.
En cambio, si este filme presentado por OaxacaCinees pretendía
hacer sentir al espectador que esos últimos cristeros sentían un aburrimiento
semejante al de los atrincherados de la Primera Guerra Mundial, que no supieron
sino hasta años más tarde que la guerra ya había terminado, lo logró.
Y, si con ese repentino final que, pensándolo mucho,
remite a la crucifixión de Cristo, quiso hablar, como lo hace Estrada, de la abnegación
con la que esos últimos cristeros enfrentaron morir por Cristo, no consiguió el
dramatismo que esto ameritaba y lo único que provocó fue la risa y el desconcierto
entre el público que asistió a verla este lunes en el Teatro Macedonio Alcalá.
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