Pues –como Violeta Parra decía– “Son aves que no se asustan de animal ni policía”. Valga la redundancia.
Los estudiantes chilenos –cuyo emblema es Camila
Vallejo– sostienen una ejemplar lucha por el derecho a la educación pública de
calidad, frente a la política neoliberal de privatización y tecnificación
educativa para formar cuadros que sirvan al corporativismo global y a sus
minoritarios socios oligarcas locales. El movimiento estudiantil mexicano
#YoSoy132 –surgido en la privada Universidad Iberoamericana– denuncia el
contubernio entre el duopolio mediático Televisa-TV Azteca y el corrupto
Partido Revolucionario Institucional (PRI) a favor de su candidato presidencial
Peña Nieto, y exige la libertad de expresión.
En Guatemala, los estudiantes normalistas
luchan por que el Gobierno dialogue con ellos, a fin de que se impulsen los
cambios que necesita la carrera docente en forma consensuada. Su lucha trata de
impedir que se imponga la medida neoliberal privatizadora de la educación, ya
que si las reformas propuestas se aprobaran como están planteadas, lo que a
mediano plazo ocurriría es la marginación de miles de jóvenes de la posibilidad
de estudiar, debido a que no podrían costearse los estudios universitarios que
proponen esas reformas.
Los movimientos de los Ocupas e Indignados no
son expresiones estudiantiles, pero sí juveniles. Con lo cual no se trata de
decir que por el mero hecho de tener veinte años menos que los adultos, los
jóvenes estén destinados a protagonizar los cambios políticos. Lo que se trata
de decir es que los jóvenes y, en particular, los estudiantes, constituyen un
motor fundamental de esos cambios por la posición privilegiada que ocupan, la
cual les permite ver hacia arriba y hacia abajo del espectro social y, a la
vez, comprender el movimiento de la economía gracias a sus estudios. Y que, por
ello, pueden protagonizar la resistencia al neoliberalismo y a la imposición de
un “sentido común” que no es el de las mayorías y mucho menos les conviene.
Así como los movimientos estudiantiles de
Chile y México –y los Ocupas y los Indignados– han despertado la solidaridad de
otros sectores sociales, la muchachada normalista debe ser apoyada por la
sociedad guatemalteca, a fin de que el Gobierno la escuche y cumpla con los
pasos acordados en la agenda de diálogo consensuada por las partes. Si la
prensa de derecha hace aparecer a los estudiantes como “caprichosos vándalos
haraganes que lo único que quieren es no recibir clases”, si los columnistas
ultramontanos claman por la mano militar contra los normalistas y nada dicen de
los agitadores infiltrados, las organizaciones populares y la sociedad civil en
pleno deben unirse a las aguerridas chavas de Belén y el INCA –y a sus
compañeros varones– a fin de converger en un movimiento amplio que detenga al
fascismo “propatriótico” y a su “vanguardia”, el neoliberalismo
paraoligárquico.
Urge que los jóvenes azonzados por los
consumos audiovisuales compulsivos despierten, se indignen y ocupen posiciones
políticas y físicas para cambiar el mundo, y que todo el cuerpo popular y
estudiantil organizado (público y privado, medio y universitario) –así como los
padres de familia– apoyen a los Ocupas Normalistas Indignados en su oposición
crítica y pacífica a una más de las imposiciones oligárquico-militares; esas
que buscan oxigenar el mismo modelo económico moribundo que quiso dar un golpe
de Estado en Guatemala, que logró darlo en Honduras y, ahora, también en
Paraguay.
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