domingo, 5 de febrero de 2012

Acceso al conocimiento, ¿cuánto de apariencia hay en esta búsqueda?


Por Blanca Padilla

A menudo quienes de una u otra forma nos dedicamos a compartir el conocimiento, a buscar formas en las que éste pueda ser transmitido, nos embrollamos en frases y palabras hechas. 

Abusamos del uso de los conceptos de la ciencia a la que nos dedicamos. Los esgrimimos como palabras mágicas, ocultamos con ellas nuestra ignorancia ante nuestros escuchas, les damos el poder de hacernos parecer sabios, aunque no entendamos ni demos  a entender plenamente lo que dicen.

 Actuamos como los embaucadores del cuento El traje nuevo del emperador. Sólo los tontos no pueden entender lo que decimos. Entre más frases incomprensibles soltamos ante nuestros alumnos y colegas mejor apariencia damos, nuestro estatus se eleva, nos sentimos doctos y nadie, nadie se atreve a decir “no entiendo” o esto y aquello es incorrecto. 

Nos sirven y comemos, sin atrevernos jamás a disentir, eso nos excluiría del grupo, nos cerraría posibilidades de avanzar en el escalafón de las escuelas, de las mafias creadas en torno de la cientificidad.

De por sí, los estudiosos de las ciencias y sus métodos, sobre todo en ciencias sociales, no han logrado acuerdos en cuanto a los problemas que enfrentan y la forma de abordarlos. Pero, nosotros, al ocultar nuestra ignorancia detrás de la palabrería y aceptar como verdades últimas lo que aún está en proceso de definirse y quizá jamás se defina, agravamos el problema.

Así las cosas, puedo decir que he encontrado más claridad en la poesía que en la ciencia. En la poesía que no intenta ser objetiva y que al igual que los primeros seres humanos no alardea de “’saber cómo’ se hacen las cosas”, para decirlo con Munford *; sino que se pregunta “por qué”, para qué, poniendo en juego objetividad y subjetividad, la humanidad completa para conocer el mundo y no sólo la razón, la parca, llana y cuestionada razón.

Esa razón puesta en entredicho desde el siglo XIX como explica Eliana Yunes** “Con Nietzsche, en la Filosofía, se tiene la visión de que la llamada civilización occidental cristiana, ha creado esclavos de la razón ajena, del Estado, sujetos, en el sentido semántico de sometidos, sin voluntad ni motivación propia, sin aptitudes para la justicia y las artes, sin creatividad, sin sensibilidad.

“Desde la medicina psicológica, Freud establece la novedad de que la señora razón no es tanto la conciencia como el inconsciente, que no se deja ver sino por actos fallidos, chistes, sueños y constituye la base de las formulaciones racionales, las que se manifiestan por el discurso, por las proposiciones, las frases y las palabras, o mejor dicho, por el lenguaje.

“La ciencia todavía nos reservaba una sorpresa desde la perspectiva de la física atómica y la teoría de la relatividad de Einstein, al confirmar el descentramiento de la certidumbre, de la razón pura. La naturaleza visitada por la física newtoniana tiene sus reglas pero estas no se extienden al macro y microcosmos.

“La idea cartesiana de la objetividad y la subjetividad puras desaparece frente a la evidencia de los efectos mutuos que la relación sujeto/objeto desencadena. Algo que me toca, me transforma, y la mirada que le envío también lo modifica”. 

Cito también, en torno a este tema, el poema “El congreso de los filósofos” de Erich Weinert,  mismo que transcribe Adam Shaff en Introducción a la semántica***. 

“Los filósofos hicieron un congreso
por tratar una cuestión de mucho peso:
penetrar finalmente y a conciencia
la secreta raíz de la existencia.

Se reunieron los sabios delegados
con ganzúas y llaves pertrechados,
y a la puerta del gran interrogante
se enfrentaron con afán perseverante.

Pero la puerta no se estremecía,
cerrada sin remedio parecía,
y convinieron por fin los delegados
que era aquél un mecanismo complicado.

Surgió una discusión larga y profunda
del ‘en sí’; el ‘cómo sí’- qué barahúnda-,
¡y va saliendo un hombre aquel instante,
sin birrete, por la puerta interrogante!
fruncieron la nariz muy asombrados,
sin saber dónde la llave había encontrado.

Aquel hombre explicó tranquilamente
que usar el tirador es suficiente:
‘nunca pensé, por cierto, que pudiera
cerrarse de tan sólida manera’.

Celebró el docto grupo, sonriente,
la bendita ignorancia de la gente:
¡un problema tan arduo y complicado
quererlo resolver con desenfado!
No hace falta un sistema para eso
-y tampoco haría falta este congreso.”

Bibliografía

*Lewis Munford , El mito de la máquina, Emecé Editores, Buenos Aires, 1969, pp. 116. Traducción de Demetrio Nañez.
**Eliana Yunes, La presencia del otro en la intimidad del yo: aprendiendo con la lectura. Col. Lecturassobrelecturas/15, pp. 11,12 y 13. Conaculta.
***Adam Schaff, Introducción a la semántica, Fondo de Cultura Económica, México, 1966, p. 125. Traducción de Florentino M. Torner.

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