martes, 21 de junio de 2011

Las malas palabras, una forma de protesta social, una cura

Blanca Padilla

La “Marcha de las putas”, organizada por quienes luchan contra la violencia y el acoso sexual hacia las mujeres y el “¡Ya estamos hasta la madre!” de Javier Sicilia, en su movimiento contra la violencia en el país, son una muestra de que las malas palabras están cobrando su derecho a existir y lo hacen prestando su servicio a la protesta social.

No es reciente su uso para transgredir un orden impuesto, pero si ha sido más recurrente o más difundido  en los últimos tiempos, desde mí apreciación. 


Asistimos, parece, al derrumbe de esas palabras tabú, estamos atreviéndonos a llamar a las cosas por su nombre, con toda la fuerza que esta forma de nombrar trae consigo, a diferencia de los nombres pulcramente científicos o políticamente correctos, lo cual resulta muy sano para nuestra sociedad, contenta con su doble moral. 

Algunos casos que recuerdo en los que las palabras prohibidas han sido objeto de estudio o han llegado a millones gracias a los medios de comunicación, son por ejemplo la extensa disertación que hizo el Nobel mexicano de literatura, Octavio Paz, al exponer por qué nos duele y por qué usamos tanto el verbo chingar, en México.

En Laberinto de la soledad el poeta nos enfrenta a la vergüenza y al dolor de ser hijos de la chingada, de la violada, y al deseo de escapar de esa realidad chingando al otro. Lo cual no cura la herida ni nos quita ese trauma colectivo que los historiadores ultranacionalistas se han encargado de alimentar en torno a la conquista.

El mismo Octavio Paz hace otro estudio, en su ensayo Problemas de una cultura matriotera, acerca del uso que le damos al término madre: lo mismo para exaltar algo que para rebajarlo a su mínima expresión o para señalar, simplemente, un estado de ánimo.

El verbo chingar también fue abordado recientemente en El chingonario, un diccionario publicado por Editorial Otras Inquisiciones. Este lúdico texto aborda todas o gran parte de las acepciones de este mexicanísimo término y “enseña a pronunciarlo como se debe y donde se debe”, de acuerdo con su editora, María del Pilar Montes de Oca.

Los llamados Escritores de la onda, entre los que destaca José Agustín, también emplearon las malas palabras en sus obras, con las que se acercaron como nadie a la juventud.

El Cine Mexicano sufrió también una renovación con el empleo de las malas palabras. Estas le dieron un carácter más natural, más verosímil a las historias cinematográficas de los últimos veinte años.

Las malas palabras fueron y son usadas con suma frecuencia por los rocanroleros en sus letras, transgresoras por antonomasia. 

El ídolo de la canción urbana, Chava Flores, también grabó un “disco prohibido”. Este contiene letras llenas de albures que enmascaran malas palabras.

El poeta Salvador Novo, digno representante de esa generación de escritores que vieron más allá del nacionalismo y patrioterismo, se dio vuelo usando las malas palabras en su poemario: Sátira, El libro ca… 

Así, con puntos suspensivos dejaron los editores el subtítulo de ese poemario, editado en 1978, en el que Novo despepita irónico, por medio de quintillas, décimas, sonetos y uno que otro verso suelto, contra muchos de sus contemporáneos, incluso contra el incólume Diego Rivera.

Pero, ¿por qué se prohíben ciertas palabras y por qué resultan transgresoras? El psicoanalista e investigador argentino Ariel Arango ha realizado un estudio al respecto: Las malas palabras, virtudes de la obscenidad.
                                                     
En ese texto nos dice que este tipo de palabras juegan en las sociedades “civilizadas” el mismo papel que las palabras tabú en las sociedades “salvajes”, aunque no lo reconozcamos plenamente.

“Sentimos asombro pero también paternal comprensión por las curiosas peculiaridades de la mente primitiva, porque como hombres civilizados distinguimos certeramente entre la realidad y las palabras... ¿O no?”, se pregunta perspicaz Ariel Arango.

También señala en su estudio que aceptamos que entre la gente “vulgar” se hable con malas palabras pero no pensamos siquiera que la gente “respetable” pueda pronunciarlas. Por eso, cita una carta escrita por Voltaire en 1745, en la cual el filósofo le dice a su amada: “Vi baccio mille volte. La mia anima baccia la vostra, mio cazzo, mio cuore sono innamorati di voi. Baccio el vostro gentil culo e tutta la vostra persona”. 

Esto mismo, traducido al castellano, significa: “Te beso mil veces. Mi alma besa la tuya, mi pija, mi corazón están enamorados de vos. Beso tu lindo culo y toda tu persona”.

“Sin duda la carta nos sorprende. Por supuesto que es natural y propio de una gran tradición expresar la pasión amorosa epistolarmente, aunque tal vez no lo sea tanto entre filósofos. Pero no estamos acostumbrados a la manifestación franca de sentimientos obscenos, al menos entre gente respetable”, nos dice el psicoanalista.

Más adelante llega a la conclusión de que: “ las “malas” palabras son “malas” porque son obscenas; y son obscenas porque develan verídicamente la vida sexual que no debe mostrarse en público; y finalmente,  todas ellas están investidas de un poder alucinatorio, casi mágico, y  éste es uno de sus atributos más seguros”

Siguiendo con su análisis de las malas palabras, esas que atan mientras se les teme sin atreverse a pronunciarlas y que una vez verbalizadas liberan por acción catártica, se pregunta: “¿No serán las “malas” palabras hijas del miedo, del espanto, del trauma? ¿Y no favorecerá, acaso, nuestra investigación, como una pista promisoria, saber que la mujer que provocaba el fogoso anhelo de la pija de Voltaire y que despertaba en él el deseo de besar su culo gentil, no era una amante común, sino su sobrina, la hija de su hermana Catherine, Marie Louise Mignot, y que, casada con el capitán Nicolás Charles Denis, conocemos como Mme. Denis?”.

De esta suerte, Ariel Arango va desembrollando el asunto de las malas palabras en su texto, esas palabras tabú que cierran la boca a sociedades enteras hasta que hay quien se atreve a pronunciarlas, a gritar que el rey camina desnudo.

Sólo entonces hay quienes imitan tímidamente a los audaces, como ocurre en estos días en los que más de uno ha dicho, sobre todo entre los comunicadores, “Ya estamos hasta la madre, como dijo Sicilia” o “La marcha de las putas, así la llamaron ellas”, amparándose en el otro para justificar su propia transgresión al tabú, a la palabra prohibida, a la palabra que al pronunciarla nos abre los ojos a la realidad y nos hace ser una sociedad más adulta, más consciente de nuestra existencia.

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