martes, 13 de noviembre de 2012

Vacas sagradas y uno que otro buey

Por Blanca Padilla

 
Hace algunos días, muchos mexicanos nos indignamos al ver como un capataz coreano, de la empresa Sam Won de Querétaro, golpeaba  a un trabajador mexicano. Meses atrás también nos provocó la misma reacción ver como el empresario Miguel Moisés Sacal Skeme golpeaba a un valet parking y como unas “damas” agredieron en Polanco a dos policías, a dos “asalariados”.


La prepotencia y la arrogancia en todo su esplendor. El amor propio exacerbado. Actitudes que siempre hemos creído, por lo menos es mi caso, propias de gente vulgar, de nuevos ricos, de personas con poder pero sin cultura, sin educación. Jamás entre quienes se pretenden cultos.

Desafortunadamente estaba equivocada y lo he comprobado personalmente. Lo más desafortunado es que me tocó recibir el golpe de una persona  a la cual consideraba, desde hace muchos años, un gran maestro, un faro a seguir  por sus conocimientos, por sus estudios, por sus posiciones críticas en materia de Comunicación y Derechos Humanos: el doctor Raúl Trejo Delarbre.
Este gran defensor de la transparencia, la libertad de expresión, el derecho a la información y los derechos humanos, la Democracia en una palabra, no me lastimó físicamente. No, su ataque fue mucho más sutil, pero altamente lesivo hacia mi dignidad humana.

Personalmente yo no conocía al doctor, solo lo había leído en Etcétera, el medio que fundó hace doce años, y en algunas de las mil publicaciones en las cuales colabora. 

Cuando injustificadamente nos despidieron a tres compañeros reporteros y a mí del diario Despertar de Oaxaca, en noviembre de 2009, entre otros muchos personajes a los que acudimos, para dar a conocer ese agravio, estuvo el doctor Trejo Delarbre.

 Nos dijo en aquella ocasión que él nada podía hacer y nos recomendó hablar con algunas organizaciones, pero para nosotros fue suficiente el hecho de que  él nos hubiera escuchado. Todo un entendido en estos asuntos del periodismo y sus desafíos.

Tuve el honor de conocerlo hasta hace tres semanas, en la ciudad de México, cuando se ultimaron los detalles por parte de AMEDI Oaxaca para la apertura de la Cátedra “Ricardo Flores Magón”, acto que se realizaría el ocho de noviembre en la ciudad de Oaxaca.

La maestra Magdalena López Rocha, presidenta de esta asociación en aquel estado, quien siempre me distinguió con su amistad y buen trato mientras colaboré con ella como docente en el Instituto de Estudios Superiores de Oaxaca (IESO) y   como miembro del Consejo Consultivo de AMEDI, me invitó amablemente a participar con ellos en esta tarea. En esa reunión estuvo el doctor Trejo Delarbre, quien sería el orador principal en la proyectada actividad. 
 
Todo ahí fue cortesía, él me ayudaría a contactar con reconocidos académicos y periodistas para invitarlos a la apertura de la Cátedra y a emitir comentarios acerca de la misma, algo que por cierto no hizo. No lo tomé a mal, para nosotros era más que suficiente su presencia en Oaxaca.

Lo desagradable, lo que no comprendo aún ocurrió el siete de noviembre. Un día antes, la maestra López Rocha me envió un mensaje preguntando si disponía de tiempo para viajar el ocho de noviembre a Oaxaca y si me gustaría estar con ellos. Respondí que sí, naturalmente, con la salvedad de que no usaría el viaje redondo porque tenía otros asuntos que atender en mi estado natal.

Así, el siete de noviembre, desde las nueve de la mañana comencé a recibir comunicados de ella detallándome el proceso de la compra de los pasajes de avión y el itinerario al llegar a Oaxaca. Hacia las once de la mañana la Secretaria de AMEDI me envió la confirmación del vuelo: sería a las 6:40 horas del ocho de noviembre y viajaría en el asiento contiguo al del doctor Trejo Delarbre. 

Nunca realicé tal viaje.  Cerca de la una de la tarde nuevamente recibí un correo de la Secretaria de AMEDI diciéndome que no se haría efectivo el viaje y que la maestra Magdalena López Rocha me explicaría los motivos más tarde.  No leí tal comunicado en el momento. Fue hasta las siete de la noche cuando me enteré del cambio de planes. Recibí una llamada de la maestra Amira Cruz en la que me informaba del asunto.

Enterada de esto, decidí hacer el viaje por mis propios medios. Había hecho ya compromisos con algunas personas y no los podía ni quería romper.

 Estuve en la apertura de la famosa Cátedra, como era mi deseo. Me dio mucho gusto que haya tenido la convocatoria que tuvo: todos los medios y reconocidas personalidades se dieron cita en la Biblioteca Francisco Burgoa, hacia las doce horas de ese jueves, para presenciarla.

Al término, la maestra López Rocha me dio una explicación que me pareció confusa acerca de la cancelación del viaje: “Hubo un problema con los asientos. El doctor quería cambiarse de asiento, pero el avión ya estaba lleno y no se pudo. Dijo que prefería cancelar su viaje  a Oaxaca y entonces tuvimos que cancelarle a usted. Pero el verdadero problema es que él se molestó porque no le enviamos con anticipación su pase de abordar”.
 
Lo entendí. El teatro estaba montado, la diva debía dar su espectáculo. No se podía echar a perder eso. Sacrificar un peón en tales circunstancias era lo de menos.

Más tarde, haciendo uso de mi derecho a saber, le pedí a la maestra que me ampliara esa explicación, vía correo electrónico.  Esta es la parte sutantiva de lo que recibí: 

“Respecto a lo del doctor Trejo, él sólo quería descansar un rato en el avión por ello nos pidió una información de la agencia de viajes para cambiarse de lugar. El problema es que el avión estaba completo y no había posibilidad de cambio. Tomamos la decisión de cancelar el otro lugar”.

Si bien entiendo, mi cercanía durante el viaje agotaría al doctor Trejo Delarbre, quien deseaba descansar de una fatigosa noche los cuarenta minutos que dura el vuelo de la ciudad de México a Oaxaca. Curioso.

No obstante, sigo creyendo que el doctor Trejo es un hombre de gran capacidad y elevado nivel intelectual, algo con lo que no puedo compararme yo que solo soy un ser humano del género femenino y aprendiz de periodista. Pero con esto he aprendido que ni el mayor cúmulo de conocimientos nos hace sabios.




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