Sonidos de Oaxaca
Blanca Padilla
Convertido en museo, actualmente este lugar sólo recibe
de vez en cuando a algunos visitantes: niños llevados por sus maestros o a nostálgicos
que aún añoran transportarse por vía férrea.
Todo cambió
Primero fue el tren de vapor, tenían que ir los fogoneros
echando más y más leña al fuego que crepitaba mientras las calderas hervían y
expulsaban el vapor que movía al tren. Luego comenzaron los trabajos para
ampliar las vías y entonces llegó el nuevo ferrocarril de vía ancha, en 1952,
cuenta el señor Rafael Sánchez, portero de la estación del ferrocarril de la
ciudad de Oaxaca por 45 años.
Había gran alboroto en la estación en aquellos tiempos. Las campanadas de salida y el constante ir y venir de personas con su equipaje que, casi siempre, incluía gallinas, guajolotes y hasta chivos. Se escuchaban muchas voces en español y en algunos idiomas indígenas y extranjeros. Lloraban niños, la gente se gritaba palabras de despedida, se insultaban, preguntaban sobre las salidas o llegadas, checaban sus boletos.
La modernidad silenció los ecos del pasado
En las calles aledañas a la estación del ferrocarril se
escucha actualmente el rechinar de carrocerías en los baches y los golpes secos
cuando algún despistado se pasa un tope; el murmullo de las voces de los
cientos de transeúntes y uno que otro ulular de patrullas. No faltan los gritos
de los ayudantes o cacharpos de microbuseros anunciando su itinerario; aceleradores
que rugen, el chirriar de llantas durante enfrenadas repentinas y el resoplido
de los frenos de aire.
Ahora el ruido es constante, dice la señora Cleotilde, no
deja escuchar sonidos agradables, los cantos de los pájaros se perciben muy
débiles, muy apagados.
Aún hay panaderos y otros vendedores que pregonan sus
productos, pero tanto ruido distorsiona su voz. En el ambiente, dominan los
altos decibeles de la música pirata que hacen sonar los vendedores para
promover este producto. Caminando por Calzada Madero, a ratos se alcanza a
escuchar el taconeo de las mujeres sobre el concreto. También nos llega a los
oídos el silbido del vapor que escapa de alguna tintorería, el ruido de
compresoras y otras herramientas usadas en algunos talleres automotrices.
En el zócalo dos días a la semana, miércoles y domingo,
se escucha a la banda de música del Estado. En cambio, a diario se oye el
clamor de indigentes pidiendo limosna y los acordes de guitarras, violines o
acordeones de músicos líricos que piden dinero en las calles. Gran cantidad de
habitantes que hablan en distintos idiomas, indígenas y extranjeros.
En cambio, la Verde Antequera, a principios del siglo XX,
era una ciudad pequeña y tranquila. El ki ki ri quí de los gallos despertaba a
los habitantes, sin falta, a las cinco de la mañana. Luego daba inicio el
cacareo de algunas gallinas despabilándose y el nutrido canto de cientos de
pajaritos desde los árboles.
Más tarde los burócratas iban al trabajo, los artesanos a
sus talleres, los comerciantes a sus comercios y la niñez y el profesorado a
las escuelas.
Hacia el medio día las limpias aguas del río Atoyac, se
desplazaban con suave murmullo por su cauce e invitaba a nadar. Algunas señoras
iban a lavar en él mientras sus hijos e hijas se divertían en sus márgenes.
Por las noches, “en época de lluvia, ¡ah!, cómo hacían
ruido las ranas. Croaban sin parar hasta el amanecer. A las doce del día no
faltaban los rebuznos de los burros, que nos daban la hora”, contó el señor
Alfonso Ricardez Núñez.
Por su parte, el señor Genaro García, hizo un gran
esfuerzo de nostalgia para recuperar los sonidos que escuchaba en su niñez.
Recordó que las casas de la mayoría de los habitantes eran de carrizo y algunas
de adobe. El propio atrio de la iglesia del Marquesado era de adobe. Las
pisadas no se escuchaban porque todo era de tierra.
En cambio, dijo, se podía escuchar el largo y agudo silbido de los quebrantahuesos y los sanates en las riberas del río Atoyac.
Acercándose al zócalo, en el barrio de la Soledad,
algunos habitantes recuerdan que el mayor ruido que escuchaban, en ocasiones,
era el de las campanas de la iglesia cuando tocaban el Angelús o “a muerto”,
como se decía. Cotidianamente, también se escuchaban las campanadas que daban
la hora.
También, dijeron que, por las mañanas y las tardes se
podía apreciar en los parques el escándalo de los pájaros. ¡Cómo trinaban!
Ranas en Cinco Señores
También, escuchábamos regularmente las explosiones en la
calera de San Antonio de la Cal y el golpeteo de las piedras que se iban a
hornear; pero nada más. Prácticamente no había autos. Sólo una o dos veces al
día escuchábamos el traqueteo y el silbido del tren de carga cuando pasaba. Vivíamos
tranquilos. Ahora nada de eso existe, por ahí pasa una avenida Ferrocarril
llena de autos.
Barrio de Xochimilco, el río y la cascada como
protagonistas
En el barrio de Xochimilco, los vecinos entrevistados recordaban mucho el sonido del río Jalatlaco. Dijeron que había una cascada y que la caída de agua se escuchaba a gran distancia. Algunos recordaron también el traqueteo de las llantas de coches tirados por caballos transitando sobre las calles empedradas.
Las “clayuderas”
Los sonidos de las colonias populares
En las colonias populares de la ciudad de Oaxaca son cotidianas las grabaciones que se difunden desde las camionetas de personas que venden naranjas u otras frutas a bajo precio. El mismo sistema siguen los camiones repartidores de agua purificada, cargados con garrafones de 19 litros de plástico o de vidrio en color azul transparente. También puede escucharse a otros vendedores de agua más modestos que recorren todas las calles pregonando el clásico e inconfundible: ¡Gwaaaah-aah!
Casi tan frecuente como el del agua es el sonido que llevan
los repartidores de gas, anteriormente semejaba el mugir de una vaca o el
llamado de un caracol o cuerno. Ahora es igual, pero acompañado de música. La
campana que tocan los trabajadores de limpia, para advertir a la población de
que es hora de sacar la basura, no puede ignorarse tampoco.
Electricidad y más ruido
Con la electricidad y el pavimento cada vez hubo más
ruido, los vehículos de motor aumentaron, igual que los aparatos de radio y,
posteriormente, de televisión, las rockolas consolas y los amplificadores que
usan los conjuntos musicales.
Hace algunos años, nos dijo Rosa María Cruz, del barrio
de La Soledad, en el centro de la ciudad, todavía escuchábamos la fábrica de
triplay que estaba en las riberas del Río Atoyac, por San Juanito, y el
esporádico silbido del tren.
También se dejaba oír el agudo silbido del afilador y el
martilleo del cantero, la música larga y lastimera que hacía el vapor del
carrito del vendedor de plátanos y camotes que los vendía cubiertos de crema
dulce… una delicia. El crujir metálico de su destartalado carrito era
inconfundible.
Los panaderos, los pajareros, los que traían naranjas de
Martínez de la Torre, Veracruz, las tecas que ofrecían pescado y camarón secos,
ciruelas y mangos en dulce y otras delicias del Istmo, pasaban pregonando sus
productos.
Con la banda de Música del Estado, la marimba y algún otro tipo de música se amenizaban antaño, invariablemente dos o tres veces por semana, las tardes del zócalo en la ciudad de Oaxaca. No había mucha gente, ni temor, ni otros ruidos que deformaran la música. Era una ciudad pacífica.
Las sensaciones auditivas que se percibían, y aún se
escuchan durante las procesiones y calendas, además de mostrar la riqueza y
diversidad de la vida social y cultural del pueblo oaxaqueño, dan cuenta de la
multitud de días santos y otras festividades que celebramos, en donde no faltan
los alegres y armoniosos sonidos de la banda de música y otros sones; el
estruendo de los cohetes y cohetones o del castillo, en las fiestas patrias y
la algarabía de los asistentes.
Oaxaca ha crecido, el comercio se ha multiplicado, así
como el número de habitantes. Los vehículos automotores y el uso de diversos
aparatos de sonido como estéreos, radios, televisores y hasta de las personas
que van hablando en la calle con sus celulares han cambiado definitivamente la
atmósfera sonora de la verde Antequera, hoy Oaxaca. Nada es como antes y,
seguramente no volverá a serlo.
*Reportaje publicado originalmente en 2009 en el diario Despertar de Oaxaca. Agradezco mucho a don Pedro Silva que me ayudó a editarlo y cabecearlo en aquel momento.
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