Los linchamientos ocurridos en los últimos años no son
protagonizados por “turbas”, “muchedumbres”, “chusma” o el “pueblo enardecido”,
lo cual implicaría desorganización y falta de objetivos, sino por el contrario,
por colectivos cada vez mejor organizados.
Y las cifras lo demuestran. Entre 2001 y 2009, de los 252
linchamientos ocurridos en el país, 75 por ciento estuvieron escasamente
coordinados; mientras que en los 118 ocurridos en el periodo 2010-2011, el 50%
estuvo mejor organizado.
Los pasos del ritual, en cuyo diseño intervienen los medios audiovisuales de comunicación de acuerdo con el maestro Gabriel Araujo, evidencian que tras la aparente confusión, existen líderes y mecanismos de convocatoria y de activación de redes sociales: tocar las campanas para llamar a más población, trasladar a los presuntos delincuentes hasta la plaza pública, someterlos a interrogatorio, exponer demandas y negociar con las autoridades.
Acciones de gran complejidad éstas últimas y que por
fuerza requieren mayor organización, incluso premeditación, explica Gamallo en
su tesis.
Así pues, en cada linchamiento con carácter vigilantista
subyace la existencia de organizaciones formales e informales que se activan
para el ajusticiamiento, grupos de vecinos, líderes locales, brigadas de
seguridad, entre otras, como dice Alfredo Santillán, citado por Gamallo.
El “Nosotros”
frente a un “Ellos”
Quienes linchan, ven al opositor como enemigo, y al linchamiento
como forma de eliminar al enemigo. El otro, el linchado, aun cuando sea vecino,
al atacar bienes y servicios se transforma en enemigo, en extranjero. Ya no es
parte del “nosotros”.
Esta división es muy fácil lograrla en el centro del
país, donde, inmersos en la metrópoli, se encuentran los llamados “pueblos
originarios”, históricamente unidos y a la defensiva desde hace medio siglo
cuando la ZMVM comenzó a crecer desorbitadamente.
Contra las lógicas individualizantes y disgregatorias de
la gran urbe, estos pueblos se hallan en cotidiana interacción para organizar
fiestas religiosas; la asamblea comunitaria y el trabajo comunitario también
los reúne políticamente y esto les da cohesión, marcando un “Nosotros” frente a
un “Ellos”.
“Las actividades comunitarias funcionan como detonadores
del sentido de pertenencia y por consiguiente de identidad común frente a los
del otro pueblos o frente a los habitantes ‘no originario’ o ‘avecindados’”,
dice María Teresa Romero Tovar citada por Gamallo.
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La gente "de fuera" bajo sospecha
Para malos, los "del Cerro"
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