lunes, 1 de diciembre de 2014

La muñeca perdida



Por Pedro Padilla Luis


La pequeña María del Carmen era la única hija de Roberto y Rosa Soto. “Carmen” como todos la llamaban, era una bella niña, muy buena y amorosa, pero era enfermiza desde el día en que nació. Con el correr del tiempo, sus condiciones empeoraron. Alrededor de los cuatro años se puso muy enferma y débil, hasta que finalmente la frágil niña murió.


Casi todos los habitantes de la villa asistieron al velorio de Carmen. Al ir pasando uno por uno frente al ataúd algunos murmuraban: _se ve como una muñequita. 

A la mañana siguiente, el papá de Carmen tomó la pequeña caja de madera y la puso sobre su hombro. Su esposa comenzó a caminar detrás de él y, en silencio, haciendo una fila la demás gente los siguió en procesión hacia el cementerio que estaba en una loma, a las afueras de la villa.




Unos días más tarde, Rosa, la mamá de Carmen, puso toda la ropa y juguetes de la pequeña niña en una caja y la regaló al cura de una villa cercana. Cuándo su esposo, Roberto, volvió del campo por la tarde, ella le dijo: _hoy regalé las cosas de Carmen.

_¡Hiciste eso?_ preguntó él con sorpresa. 


_Sí, lo hice_ replicó Rosa_ se la llevé al padre de la villa del Bajío. Se puso muy contento...


_¿Porque no las guardaste por un tiempo, por lo menos?_ dijo en tono de súplica Roberto.


_No hay razón para guardarlas_ le dijo Rosa parada frente a él y tomándole sus rudas manos_ tú sabes lo que dijo el doctor después de que di a luz a Carmen.


Gruesas lágrimas brotaron de los ojos de aquel hombre, mientras abrazaba a su mujer. 

_Yo sé muy bien lo que dijo el doctor. Pero él no es Dios para saber todo. Sólo Dios sabe quién puede y quién no puede tener hijos_ dijo y con la voz quebrada por la emoción agregó: _yo todavía tengo esperanzas. 


Rosa, echándose para atrás para poder ver a los ojos a su esposo dijo _Roberto, mi amor, es bueno tener esperanzas, pero falsas esperanzas no. Es verdad que el doctor no sabe todo, pero tú sabes que en estos cuatro años... 


_En estos cuatro años ya tenías bastante con la enfermedad de la niña. Dios sabe porque no nos mandó otro niño_ la interrumpió Roberto.


Rosa no sabía que decir. Fue a sentarse a la mesa y se cubrió la cara con las manos. Roberto caminó hacia la ventana y miró hacia el patio donde la pequeña Carmen acostumbraba jugar. Luego, se volvió hacia Rosa y preguntó: _ ¿diste también la muñeca de Carmen, esa que siempre tenía en los brazos?


Rosa levantando la cabeza  y mirando a su esposo dijo: _No, Roberto, esa muñeca no estaba con sus otras cosas.


_¿No estaba?_ preguntó él con  una mirada de sorpresa en la cara.


_¡No, estoy segura, no estaba! No sé qué pasó con ella.


_Recuerdo que ella la tenía en sus manos cuando cerró los ojos.


_Sí, tienes razón, Carmen la tenía entonces. Pero, ¿qué pasó con ella después?


Con esta duda, los esposos buscaron por toda la casa, pero no pudieron encontrar a la muñeca. Les preguntaron a los amigos, a los niños de los vecinos y hasta al enterrador, pero nadie dio razón de la muñeca.


Roberto y Rosa hablaron de lo mismo por semanas, pero nunca supieron qué había pasado con la muñeca. Luego, tan pronto se olvidaron de la muñeca perdida, tuvieron algo más en que pensar.


El doctor, quien les había dicho cuatro años atrás que Rosa no podría tener más hijos, se había equivocado. En el primer aniversario de la muerte de la pequeña Carmen, Rosa dio a luz a otra niña. Esa fue una ocasión de mucha felicidad para ellos. Con la niña en brazos Rosa dijo a su esposo: _yo creo que Dios nos regresó a nuestra hija, mírala, se parece mucho a Carmen.


Poco después bautizaron a la niña y la llamaron Evangelina. El cura les dijo que era un hermoso nombre, pues Evangelina significa “buenas noticias”. Al ir creciendo, Evangelina cada vez se parecía más a Carmen, su hermana. Sus acciones y su carácter eran similares, pero la gran diferencia era que Evangelina era muy saludable.


Un día, cuando Evangelina tenia cerca de dos años, el cura, viéndola jugar le dijo a Rosa: _Rosa, a veces pienso que Dios se llevó a tu niña enferma para regresártela sana.


_¡Eso parece verdad?_ respondió Rosa_ ¡cómo se parece esta niña a Carmen!


Pasaron otro dos años y cerca de su cuarto cumpleaños, un día Evangelina le dijo a su madre: _mamá, yo estuve enferma mucho tiempo atrás, ¿no es verdad?


_No mi niña_ respondió Rosa sonriendo_ tú nunca has estado enferma, tu hermana Carmen sí.


_Pero, ¡mamá!_ insistió la niña_ ¡yo sé que estuve enferma!


_No, mi niña_ le dijo Rosa tomándola de la mano, tú no has estado enferma antes y no lo estas ahora. Tú eres muy saludable y doy gracias a Dios por eso.


_Pero me acuerdo mamá, ¡yo me acuerdo!


_Yo pienso que tú nos has oído hablar mucho de tu hermana, tanto que piensas que eres la que estuvo enferma_ dijo Rosa y olvidaron el tema.


Días después, la hermana de Rosa vino a visitarla desde Bogotá. Las dos hermanas platicaron largo rato de muchas cosas, hasta que la pequeña Evangelina entró a la estancia. _Rosa, ¡cómo se parece Evangelina a la niña que perdiste!


_Sí_ replico Rosa_ y no sólo se parece a su hermana, también es como ella en muchos aspectos. La diferencia por supuesto es que Evangelina es muy saludable.


Evangelina escuchaba como su tía y su madre hablaban de ella. Luego, se dirigió a su tía y le dijo: _tía, yo estuve enferma mucho tiempo atrás, pero ahora estoy bien y agradezco a Dios por eso.


_Estoy segura que Evangelina nos ha escuchado hablar mucho de su hermana. Y ahora cree que ella es la que estuvo enferma_ le dijo Rosa a su hermana. Entonces la pequeña niña empezó a llorar.


_Yo estuve enferma, tía. ¡Sé que era yo! Recuerdo que tenía una muñeca con ojos azules y vestido rojo.


Rosa sonrió. _Imagina eso_ dijo a su hermana. _Seguramente alguien le dijo cómo era la muñeca.


_Pero cómo_ preguntó la hermana de Rosa_ ¿encontraste la muñeca que Carmen siempre tenía con ella?


_No, no la encontramos, no sabemos qué pasó con ella.


Al escucharla, la pequeña Evangelina abrió grandes, grandes sus ojos. _¡Ahora recuerdo, mami!_ exclamo excitada. _¡Yo recuerdo donde la puse!


_¡Dónde la pusiste?_ exclamo Rosa y luego más tranquila agregó: _mi querida niña, esa muñeca no era tuya, nunca la has visto en tu vida.


_Pero, ¡yo sé dónde está mamá, yo lo sé! Esa muñeca fue mía cuando yo estaba enferma. 
Y yo no sabía qué hacer con ella, entonces la puse bajo el árbol grande que está en el patio.


Evangelina tomo a su mamá y a su tía de las manos y las dirigió hasta el patio. _Ahí es, ¡debajo de ese árbol grande!_ exclamó apuntando hacia la tierra dura junto al árbol.


_¡Excava mamá!, ¡excava, aquí es donde esta!


Las hermanas se miraban una a otra sin saber qué decir. Luego, por alguna razón, Rosa agarró una pala y comenzó a remover la tierra. A las primeras paladas, entre la tierra apareció un bracito de la muñeca. El corazón de Rosa dio un vuelco, pero siguió cavando con mucho cuidado hasta sacar a la muñeca completa. La limpió cuidadosamente aunque no podía creer lo que sus ojos estaban viendo.


Evangelina en cambio, brincaba de gusto. _¡te dije mami, yo te dije que ahí estaba! ¿Verdad tía?


Rosa no sabía que decir. Miró a su hermana, luego volteo a ver a Evangelina y dijo: _mi niña, por favor, dime quién enterró ahí a la muñeca y dime cómo supiste que ahí estaba.


_Yo la puse allí, mamá, de verdad yo lo hice. Recuerdo muy bien que yo lo hice.


_Rosa no dijo nada más. Luego la hermana de Rosa le dijo a la pequeña niña: _hija dinos más, dinos todo lo que recuerdes. Y la niña comenzó a contar lo que recordaba.


_Recuerdo que estaba muy enferma y entonces vino el padre a la casa y comenzó a rezar con su mano sobre mi cabeza. Luego me dormí. Después escuché que alguien me pedía que me levantara. Era un hombre que se veía muy bueno. Me tomó de la mano y me llevó con él, pero cuando se dio cuenta de que yo llevaba en la otra mano a mi muñeca, me dijo: lo siento, pero a donde vamos no puedes llevarte la muñeca. De todas formas, no la necesitaras. Entonces le pregunté si la podía enterrar en el patio. Él dijo que sí y me ayudó a enterrarla allí junto al árbol. Pero él no necesitó de una pala para enterrarla.


Luego la pequeña Evangelina volteó a ver a su madre y preguntó: _¿estás bien mamá?, pareces enferma.

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