Fragmento de "Qualche motivo", un cuento inédito
escrito en 1936 por Cesare Pavese, en el que el gran escritor italiano ironiza
sobre la represión hacia los intelectuales, un cuento para reflexionar acerca
de la libertad de expresión.
***

A pesar de la denuncia formal de mendicidad, a pesar de la increíble
precariedad de los réditos como literato que pude probar a mi favor, y
no obstante el aspecto debilitado del rostro y de mi cuerpo, que atribuí
con escasa inventiva a una reciente enfermedad, creí que estaba por
salir absuelto de la situación cuando el funcionario, un señor canoso y
regordete con el aspecto de un buen párroco, me desplegó una hoja enorme
bajo las narices.
-¿Reconoce esto?
Naturalmente no lo reconocí. Pero comprendí que ya no era el caso de
pensar en mi salvación. La hoja contenía un breve desahogo en versos, escrito de mi puño y letra
, algún año antes de una desgraciada aventura de amor que había creído
poder olvidar con ese gesto peligroso, desesperado. Una cosa de
muchachos. ¿Pero qué otra cosa son las cosas de muchachos sino
revelaciones sobre lo más secreto y potencial de nuestra naturaleza?
-Jovencito, no se humille negándolo. La autenticidad del texto adjunto
ya fue controlada. ¿Es posible que con su inteligencia no haya intuido
enseguida que una acusación por inactividad económica carente del
elemento flagrante y proseguida con insistencia no podía sino basarse en
algo más que una simple denuncia de mendicidad? Esa denuncia, por lo
que nos resulta, puedo hasta admitir que sea una calumnia. Pero nosotros
tenemos por máxima dar curso a todas las denuncias de este tipo, pues
sería muy extraño, y a mí hasta ahora no me sucedió nunca, que, en los
bolsillos o en la vida pasada de un sospechoso de mendicidad, faltase
una colección de poesías o un poemita o una canción o incluso -vayamos a
usted- una simple lírica pasional.
Yo miraba, sin ver, el ramo de oleandro que cruzaba las barras de la
ventana, a cielo abierto, o la pared emblanquecida por la cal, detrás de
la cabeza del funcionario.
-¿Usted conoce la ley especial que lo concierne en este caso?
-No.
-Sí, usted la conoce. Se la estudia en la escuela. Por otra parte, no
importa. Usted ha compuesto versos, usted ha hecho cicular estos versos,
usted podría escribir aún más versos... ¡Y los hará! Usted -agregó
fulminándome- es un mal ciudadano, nocivo para sí y para los otros,
usted le roba a la sociedad que lo nutre, sustráyendole el tiempo y la
energía que le debe, corrompiendo quizás a otros, usted es un poeta.
La cabeza canosa y benévola del viejo era ahora leonina.
-Veamos -prosiguió-, de su inactividad agravada ya está convencido. Su
mendicidad no se probó, pero tampoco se probó si usted ha vivido hasta
ahora de algún trabajo útil.
-He vivido de mi pluma. No soy un poeta, yo soy un prosista- interrumpí casi llorando-.
Me estudió con ojos pequeños, después se tomó el mentón con sus dedos.
-Yo no creo -dijo lentamente- que un hombre capaz de escribir versos
sepa o pueda vivir sin recurrir a la limosna. Y por eso admiro la
sabiduría de una disposición que consideró bajo la misma figura a
mendigos, músicos vagabundos, mantenidas y poetastros, englobando lo que
hacen bajo el parágrafo de inactividad económica. Pero justamente por
eso, como ciudadano y como funcionario, espero con ansia el día en que
será prevista una extensión de imputabilidad a toda hojita garabateada
arbitrariamente. Hablemos claro, jovencito, usted me entiende a pesar de
todo: no alardee demasiado de su pluma. La aparente tolerancia del
Gobierno en algún momento se va a terminar. Si, por razones de
oportunidad revolucionaria, todavía está consentido ocuparse, como dice
usted, de prosa, también es cierto que la opinión pública desaprueba
justamente toda forma de escritura y usted debería avergonzarse de no
tener otra respuesta ante la aplastante evidencia más que ese hipócrita
"yo soy un prosista".
-Yo no me avergüenzo -respondí palidísimo-. Y me maravilla que usted
pretenda dar una lección al Gobierno mientras se encuentra aquí para
hacer respetar lo que el Gobierno explícitamente prescribe.
Todavía hoy me estremezco ante la sonrisa de gato divertido que me lanzó el viejo.
-Querido poeta, tomo nota de que usted afirma conocer lo que el Gobierno
explícitamente prescribe, mientras que antes lo negó. La coherencia no
es una virtud de los suyos. Allá ellos. Pero le aconsejo que no se
abandone demasiado a su gusto por la prosa y sobre todo que no lo diga
en voz alta. Ayer un novelista -usted lo llamaría prosista- fue golpeado
por la multitud, mientras las fuerzas del orden lo arrestaban por
mendicidad. ¿Y sabe qué grito se escuchaba entre la multitud? "¡Inútil,
traidor, individualista!" Supongo que usted creerá en una rivalidad del
oficio.
-Yo no creo nada, admiro sólo la energía de las fuerzas.
-En su situación, yo no me haría el gracioso -me cortó en seco el
viejo-. Podría ser que las fuerzas haya obedecido a una orden. Y que
obedezca todavía en el futuro. Le quiero decir una cosa, en cambio.
¿Usted sabe que la literatura -la prosa, disculpe- está incluida entre
los artículos suntuarios, junto con el tabaco y la prostitución?
-Sí, y es una infamia.
-Tomo nota de su coherencia social. De cualquier manera, ¿usted sabe que
tabaco y prostitución se hallan hace ya tiempo bajo monopolio?
-¿Y con eso?
-Pues bien, llegará el día en que también la prosa de ustedes pasará al
Monopolio de Estado y, entonces, ya no le robarán más a la sociedad.
¡Tendrán que trabajar, por Dios! Cada año la oficina competente se
ocupará de producir una de esas novelitas.
Traducción: Alejandro Patat
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