miércoles, 6 de marzo de 2013

75 años de asesinatos en los Pulitzer

Por Marco Lara Klahr
 
Recientemente apareció en los estantes de las librerías mexicanas Asesinato en América. Los grandes delitos de sangre de la historia norteamericana relatados por los premios Pulitzer [Errata naturae, 2011, cuyo título original es Omicidi americani] del editor italiano Simone Barillari. Y tengo razones para considerarla lectura obligada entre los reporteros interesados en el devenir de la investigación y la narración periodísticas, así como en las raíces de la violencia brutalizada en la sociedad estadounidense.

Es una antología que se forma de las piezas periodísticas relativas a la cobertura de ocho casos de asesinatos atroces cometidos entre 1924 y 1999, de Illinois a Colorado, de The Chicago Daily News a The Denver Post, distinguidas con los premios Pulitzer.
Un par de esos ocho sucesos nos resulta más familiar, por la relevancia del personaje implicado o por su impacto mediático global. Se trata del asesinato de John F. Kennedy, en Texas [1963], y la masacre contra estudiantes adolescentes del colegio Columbine, en Jefferson, Colorado [1999] —en la que Michael Moore basó su documental Bowling for Columbine [2002], tan comentado en México.

De los seis restantes hemos sabido nada o casi nada, e incluyen secuestros, linchamientos, ejecuciones extrajudiciales y manipulación religiosa con sus predecibles toques de exacción y homicidio. Aunque cuidado: no es barata «nota roja» ni intento convencer a nadie de leer ese periodismo al que nos hemos ido habituando, que oferta violencia, sangre y miedo como un giro más de negocios.

Más allá de tener en común el haber sido premiados con el Pulitzer, razón por la cual se les antologó, todas estas piezas denotan el enriquecimiento a través del tiempo —entre la primera, de 1924, y la última, de 1999, median 75 años— del método periodístico de investigar y exponer, que es parte del patrimonio de los reporteros, quienes a nuestra vez estamos obligados a honrarlo y seguir depurándolo.

De dicho método quiero comentar los siguientes aspectos, que al mismo tiempo, creo, adquieren para nosotros la calidad de lecciones:

  1. El reporterismo. No hay periodismo verdadero sin trabajo de campo, en la calle, reuniendo información testimonial y para la descripción de escenarios y personajes —algo alejado de esa idea absurda de mucho colegas de que nuestro trabajo es aportar indicios de tipo criminalístico, como si fuéramos peritos y hasta videntes.
  2. Las fuentes. Puesto que no existe una sola verdad y particularmente el ámbito del delito suele caracterizarse por los claroscuros, al salir a la calle o perseguir información documental, el reportero busca la mayor diversidad de fuentes, haciendo verificaciones y contrastaciones, tendiendo siempre a relativizar lo dicho por toda fuente y resaltando aquello que cuenta con soporte documental veraz.
  3. Las víctimas. Ceñirse desde el periodismo a la verdad histórica cuanto sea posible no se contradice con el respeto a las víctimas.
  4. La moral y la ética. Al transcurrir en la línea del tiempo, a través de los casos puede percibirse que la moral personal de los periodistas y, en general, de la época —en virtud de la inevitable carga subjetiva del periodismo— determina cómo se refieren a las personas acusadas de los asesinatos, a las víctimas y a la comunidad. Pero, de forma paralela, queda implícito que la ética profesional prevalece cada vez más sobre la moral personal. En ese sentido, el periodismo ha ido sofisticándose, aparte de ser cada vez más enfático en aproximaciones holísticas de los sucesos noticiables.
  5. La narración. Al contar las historias no se intenta eludir la ineludible subjetividad, pero se evita la ficción. Esto es porque los periodistas investigadores-narradores pretendemos narrar con base en hechos que estamos convencidos de que así sucedieron, a la vez que asumimos que no somos infalibles y hay siempre un margen de error.

Ahora, ¿cuál son mis historias favoritas? Por su complejidad y la de sus personajes, el perfil de quienes los cubrieron periodísticamente y su potencia narrativa: «Leopold y Loeb, el 'crimen del siglo'» [James W. Mulroy y Alvin H. Goldstein, The Chicago Daily News, Chicago, 1924]; «Caza del hombre» [Robert V. Cox, The Chambersburg Public Opinion, Shade Gap, Pensilvania, 1966] y «Los Ángeles de la Muerte» [Christine Evans y otros, The Miami Herald, Miami, 1990]. ¡Nomás hay que leerlas!

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