A Francisco
Javier Sánchez Valdivieso (El Zague)
in memoriam. Por tu
tiempo, por los buenos recuerdos,
por tu alegría,
por tu ayuda, gracias por todo, amigo.
Por Jesús Rito García
Iniciar el año con
la noticia de la muerte de un amigo, es bastante difícil, pero en verdad, lo
mejor es quedarse callado, recordarlo, pensar que se ha ido de viaje, que ha
tomado la ruta sin retorno, pero que no pasa nada, que él va muy contento y que
nosotros de alguna manera abordaremos ese tren, más tarde que temprano.
El problema es que era una persona bastante joven y muere inesperadamente, eso sí cuesta trabajo asimilar. Los amigos resultan ser una parte más amplia de la familia, los vamos conociendo a lo largo de nuestra vida y cada uno va llenando nuestro espacio espiritual y sentimental.
El problema es que era una persona bastante joven y muere inesperadamente, eso sí cuesta trabajo asimilar. Los amigos resultan ser una parte más amplia de la familia, los vamos conociendo a lo largo de nuestra vida y cada uno va llenando nuestro espacio espiritual y sentimental.
Recuerdo muy bien
que desde niño siempre quise escaparme de casa, conocer el mundo, viajar,
quería saber qué había más allá de la puerta.
No es que me trataran mal, todo lo contrario, era porque tenía hambre de conocer, sólo por eso. Siempre me recostaba en la cama y pensaba en la forma de salir, de cómo tomaría un autobús hacia la ciudad de México, viviría en la terminal, me robaría libros y leería todo el tiempo; además de poder ir a museos, caminar por las grandes avenidas, vivir mi independencia; después, tal vez el grito de mamá llamándome para comer, o el motor del carro de papá, a su llegada, me cortaban el sueño y volvía a mi vida normal. Mi estrategia siempre era la misma, pero nunca pude realizarla, y no estuvo mal, porque busqué otras formas de huir y para eso estaban mis amigos.
Cierro los ojos y en este preciso instante me vienen a la mente los partidos de futbol enfrente de la casa de mis tíos, en la calle Aldama del barrio san Jerónimo, en Tehuantepec; todos los niños corríamos de un lado a otro, saltábamos, soñábamos con ser los mejores jugadores del mundo y creo que así lo era en ese momento.
Hay tantas cosas qué
recordar, y sólo se me dibuja una sonrisa, es porque pienso que la felicidad es
un estado al que se puede llegar muy fácilmente.
Recuerdo que mi
amigo, al que hoy dedico mis palabras, fue una de las primeras personas a quien
le platiqué mis aspiraciones de conocer el mundo y siempre me dio ánimos.
Cuando él se fue a estudiar al D.F. y regresaba de vacaciones, me contaba todo
lo que hacía, los lugares que conocía, de ir a conciertos y viajar en el metro.
Yo que era un chico de apenas unos 12 años, me sentía alucinado con sus
historias, a partir de sus palabras yo aprendía a conocer la ciudad y siempre
esperaba con mucha ilusión su regreso, para irnos a la playa con todos los
demás chicos de la cuadra, salir por las noches, dar mil vueltas en el parque,
hablarle a muchachas bonitas, sentir que éramos los galanes del pueblo. Todo
parece que fue ayer y me pone de muy buen humor.
A
partir de sus
historias comencé a conocer el mundo, gracias a él, un día decidí irme a
estudiar lo que siempre quise a la ciudad de México, él me dio
hospedaje, me
acompañaba a hacer mis exámenes, me aconsejó para elegir escuela, me
ayudó a
conseguir trabajo, amigos y hasta novia. Tengo una enorme deuda con él,
por eso
mismo siempre quiero recordarlo con su enorme sonrisa y su alegría para
vivir.
Era un apasionado del Futbol, infinidad de veces lo vi llorar porque
perdían sus poderosas “Águilas”, alguna vez me hizo ir al Estadio
Azteca, yo
que no soy muy aficionado al futbol, pero recuerdo muy bien lo grande
que es el
estadio y lo mucho que me impresionó el ambiente.
En fin, son tantos
recuerdos y tantas historias que vivimos juntos, algunas veces pasamos hambre y sólo comíamos tazones de arroz con ajo y en cuanto alguno de los dos podía
conseguir unos pesos no dudábamos en compartirlo. Me acompañó hasta el último
momento, antes de tomar mi primer vuelo al extranjero estuvimos hablando de
todas las cosas qué haríamos si viviéramos en Europa, en fin, no podría dejar
de escribir y escribir los buenos momentos.
Además, es difícil pensar que
alguien joven pueda morir así, de repente, pero no podemos hacer nada. Y creo
que es mejor seguir con la ilusión de volverlo a encontrar algún día, darle un
abrazo, pensar que se fue de viaje y que pronto volverá a contarme sus
historias, como cuando era niño.
*Jesús Rito García es escritor y poeta oaxaqueño, fundador de la Editorial Pharus, propuesta en línea.
http://issuu.com/editorialpharus
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