Por Blanca Padilla
Siempre lo he dicho: los libros
llegan a uno justo cuando se les necesita y el que tengo entre las manos no es
la excepción. Tan es así que aún no sé cómo llegó a mí. Sospecho que fue
gracias a mi amiga Annetta: compró libros compulsivamente en México, pero
pesaban demasiado para volver con ellos a Francia.
El caso es que lo tengo, su origen
no importa, aunque el tema que trata tiene que ver mucho con México y algo
con Francia, nos habla sobre todo de la necesidad de confrontarnos con nuestros
fantasmas, con nuestros miedos, con nuestros
complejos y atrevernos a cuestionar e incluso a destruir los mitos o las
hermosas mentiras sobre las que hemos construido nuestro presente, nuestra identidad.
Nada más idóneo que un tema como este en momentos como los que
vivimos durante los inicios de año, cuando solemos reflexionar y hacernos
el propósito de cerrar ciclos, dar
vuelta a la página, cambiar para mejorar. ¡Renovarse o morir!
Esto es justo lo que propone el filósofo,
historiador y académico Juan Miguel Zunzunegui en México: la historia de un país construido sobre mitos. Así como los
individuos acuden a terapia para liberarse de traumas y complejos, los pueblos
también deberían hacerlo, plantea.
Los mitos que aborda son,
principalmente, La Conquista, La Guerra
de Independencia y La Revolución. Menciona por ejemplo que el monumento a la
Revolución, ubicado en la ciudad de México, es símbolo ideal de esa matanza que
se ha pretendido con objetivos sociales.
La razón, esa construcción es la
ruina de lo que se proyectó como palacio legislativo, una obra que iba a ser
monumental, la más grande de América Latina, en tiempos de Porfirio Díaz. Y así
como esa obra no se terminó y nunca se terminará, la revolución tampoco.
“Tal vez no dejamos ir ese
acontecimiento del pasado y seguimos anclados en el ayer porque en realidad quisiéramos
que concluya la revolución; que efectivamente se vean sus frutos: educación, progreso,
justicia, igualdad, legalidad…, todo eso que, según nos dicen, buscó la
revolución, pero que nunca hemos tenido. Tal vez por eso no damos vuelta a la
página.” Nos dice Zunzunegui.
Y así como en el caso de la
Revolución, el autor nos habla de otros tantos mitos que nos mantienen en el pasado, no dejan que vivamos un presente de bienestar
y nos impiden proyectar nuestro futuro.
Es una lectura difícil, debo
decirlo. No porque el autor use rebuscamientos grandilocuentes. Al contrario,
su prosa es ágil y amena. Es un libro
apto para todo público. Sus 156 páginas se leen, como dicen en mi pueblo: de
una sola sentada.
Lo difícil es enfrentarse con las
verdades que plantea, sobre todo cuando hemos sido bombardeados desde la más
tierna infancia con la idea de unos españoles malos y unos indígenas buenos, de
un cura Hidalgo protector de su pueblo o de unos revolucionarios que hombro con
hombro luchaban por la igualdad, la
justicia y el bienestar del pueblo.
Y es más difícil para personas, como
en mi caso, que recibieron estas enseñanzas de maestros verdaderamente patriotas,
que con su actuar y convicción nos hicieron creer verdaderamente en la historia
oficial, amarla incluso, venerarla religiosamente, como critica Zunzenegui.
Pero bien, como en la vida
personal, no podemos seguir culpando a nuestros mayores por lo que nos hicieron
o dejaron de hacernos cuando éramos niños. Es hora de asumirnos como adultos,
como un país adulto, enfrentar los complejos y los traumas y avanzar de una vez
por todas. Esa es la propuesta del también licenciado en Comunicación por la
Universidad Anahuac.
Collingwood decía que la historia procede de interpretaciones de testimonios, que su naturaleza es reflexiba porque es el pensamiento/hecho y en torno a ellos gira el pensar del investigador o historiador... Así que lo que hemos tenido siempre es... la idea de la historia...
ResponderEliminarQue nos ha dado el autoconocimiento y conocer lo qué hemos hecho y somos capaces de hacer, sin duda. Ahora lo que nos deberíamos exigir es que esto nos ayude en nuestro hacer, pero un hacer positivo...
Saludos,
Olga Ma.