José Francisco Zapata*
Un poema escrito con el más salvaje odio o con el amor más apasionado, con admiración o rechazo fervoroso, siempre será un acto de amor.
Hay poemas que conmueven y a los cuales se regresa frecuentemente, como el cántaro al agua, se abre el libro del poeta con el cual simpatizamos y leemos (descubrimos de nuevo) con asombro aquellos poemas que noches atrás consolaron la atribulada constancia de las lágrimas, poemas que tal vez no dieron luz al camino de la esperanza, pero sí la certeza de que las alegrías no se pudren cuando una mano extiende sus posibilidades al encuentro.
Basta recordar la poesía de Vallejo para saber que Es y será un poeta que nunca termina. Es cierto, “en gustos se rompen madres”, como dijo Silvia Tomasa. Se degüellan vacas sagradas. Entre bardos, profetas y creadores la musa se empina y en el polvo se inscriben debilidades y fortalezas.
Hay de poetas a poetas, simpatías construyendo puentes de amistad, diferencias provocando reflexiones, lecturas en camino al callejón de los madrazos, una gama de luces en el día apacible e imparcial.
Existen en el gremio político quienes han escalado la famosa sima de la melancolía y se han retirado del mundanal ruido a tomar los alientos de su soledad y con mapamundi en reluciente escritorio escriben cogidos por la lumbre del genio obras serpientes, perros poemas mordiéndose la cola. Otros atraviesan la calle endemoniados por el sopor el hastío, escriben desde las azoteas o los sótanos con la fulgurante lucidez de sus pasos. Algunos son arrullados por la Musa, entienden sus misterios y están sobre el filo de la navaja. No importa gran cosa que camino tomen los poetas si han viajado o no saben francés, si escriben nostálgicas cartas desde Londres, París, Nueva York, Texas, La Pensil, si ofician misa desde las catacumbas de la posmodernidad, si toman partido o nunca se manchan las manos de sangre.
Estos seres, estas personas, debrayados en el relámpago, con mesura en las sienes, moribundos en el parque de las lamentaciones, pasmados ante lo maravilloso, humanos, tiernos, de lo sutil a lo brutal, en la terredad cósmica, cómica, hijos de Dios, asesinos de Dios, alcahuetes del diablo, esclavos de la Diosa, del alcohol, ahítos, hambrientos, pordioseros, misóginos, machines, etcétera, etcétera. No importan a nadie.
¿A caso es importante que Efraín Huerta haya desgastado aristas en loas a José Stalin? ¿o que Octavio Paz abogara por políticas económicas inspiradas en la muerte?¿o que Díaz Mirón despachara al otro mundo a un cristiano?¿O que un grupo de babeantes escritores construyan castillos de arena y se proclamen vanguardistas de fin de milenio y todos los ismos se hayan pasado la vida trenzados del chongo poético en el vil lavadero de las publicaciones?
¡QUE NOS IMPORTA! ¡Qué fue lo que se construyó? ¿Quién ha pasado limpiecito de píes? ¿En dónde está la servidumbre que merece la poesía?
Todos hemos visto morir a los corazones más limpios y abiertos de la época y estamos desvanecidos por esos latidos que se nos fueron, hemos apresado en nuestra cabeza loca las más ominosas profecías, las más insólitas manifestaciones de terror y el fin es novedoso sólo para quien viene de la propia raíz del fin, es decir, sólo para unos cuantos cabrones.
La poesía pedalea, sacude embustes, cachonda va y viene, se apiada de algunos, leer Responso por un poeta descuartizado del cocodrilo Huerta, La Estación Violenta, de Paz, Las Flores del Mal, del bendito Baudeliere, La Divina Comedia, a los famosos clásicos, La Biblia, El Gilgamesh, El Popol Vuh, al enormísimo Artaud, a la tradición, ese jardín de pequeños dioses agraciados por el tino de la Diosa. Es para andar con la cabeza ensombrecida de vergüenza, para recibir el puntapié en el hocico, para agradecer.
Un poema es un acto de amor, un viento que gira muy arriba de nuestras cachuchas, un hasta luego, la vida es otra.
¿Vivir como poeta?, vivir como poeta, ser quemado por el rayo y no cesar, pedalear igual, más veloz, ir ahí, transeúnte, pizca de sal, pan, charco, nube, Fénix, aguardiente. Vivir sin inmortalidad, digo, sin retrovisor, sin parabrisas.
Hay de poetas a poetas,
no me rompo la madre,
no muero por nadie,
siento y no siento,
vuelvo al principio,
me quedo con la poesía.
*José Francisco Zapata, Pancho Zapata para los amigos, es un enormísimo poeta subterráneo que ha sentado sus reales en las céntricas calles de la ciudad de México y coordina la revista Deriva, publicación dedicada a la poesía, y tiene en su haber dos poemarios.
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