Por Óscar
Lara
Julio nació exactamente a las cero
horas de un día de julio. Durante el embarazo, su madre siguió una dieta de
carne de vaca “light” supervitaminada que su vecina le había recomendado. Por
esta razón, Julio se gestó en sólo una semana. Luego, tres horas después del
parto ya tenía el desarrollo de un niño de doce años.
A las seis de la mañana,
hora en que su papá salía a trabajar, nuestro personaje era un adolescente de
diecisiete años por lo cual se fue con él para estudiar en el Colegio de
Bachilleres. Después de las dos primeras horas de clase, tuvo que abandonar la
escuela. A sus treinta años debía trabajar.
A las tres de la tarde no llegó a
comer a su casa, pues en la mañana su papá le había dicho “cuando tengas
cuarenta años ya debes tener tu propia casa”.
Más tarde, salió del trabajo con el
cheque de su jubilación y compró el periódico para buscar un nuevo empleo. Se
sentó en la banca de un parque, mientras escuchaba un mitin de obreros, lo
leyó; había muy pocas oportunidades para personas de cincuenta y cinco años.
Sin embargo, una hora después encontró un anuncio en el cual solicitaban
empleados entre setenta y ochenta años de edad. Asistió a una entrevista, durante
la cual sintió que tenía muchas posibilidades de ser contratado, pero al contestar
la última pregunta ya rebasaba el límite de edad.
Se fue a su casa y llegó a las diez de
la noche, justo a tiempo para ver en la televisión el partido en el cual la
Selección Mexicana disputaba la final del Campeonato Mundial de Fútbol. Al
terminar el juego, encendió la radio, telefoneó a una emisora radiofónica para
contarle su vida al locutor; la conversación estaba siendo transmitida en vivo.
Al colgar murió, eran exactamente las doce de la noche.
El público que escuchaba la radio se
conmovió al conocer la historia de Julio, por ese motivo al día siguiente
reunieron fondos para publicar su biografía. Así, su nombre y su vida se
imprimieron con letras de oro en un hermoso libro de una sola página.
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