Por Blanca Padilla

Abusamos del uso de los conceptos de la ciencia a la que nos
dedicamos. Los esgrimimos como palabras mágicas, ocultamos con ellas nuestra
ignorancia ante nuestros escuchas, les damos el poder de hacernos parecer
sabios, aunque no entendamos ni demos a
entender plenamente lo que dicen.
Actuamos como los embaucadores del cuento El traje nuevo del emperador. Sólo los tontos no pueden
entender lo que decimos. Entre más frases incomprensibles soltamos ante nuestros
alumnos y colegas mejor apariencia damos, nuestro estatus se eleva, nos
sentimos doctos y nadie, nadie se atreve a decir “no entiendo” o esto y aquello
es incorrecto.
Nos sirven y comemos, sin atrevernos jamás a disentir, eso nos
excluiría del grupo, nos cerraría posibilidades de avanzar en el escalafón de
las escuelas, de las mafias creadas en torno de la cientificidad.
De por sí, los estudiosos de las ciencias y sus métodos,
sobre todo en ciencias sociales, no han logrado acuerdos en cuanto a los
problemas que enfrentan y la forma de abordarlos. Pero, nosotros, al ocultar
nuestra ignorancia detrás de la palabrería y aceptar como verdades últimas lo que
aún está en proceso de definirse y quizá jamás se defina, agravamos el problema.
Así las cosas, puedo decir que he encontrado más claridad en
la poesía que en la ciencia. En la poesía que no intenta ser objetiva y que al
igual que los primeros seres humanos no alardea de “’saber cómo’ se hacen las
cosas”, para decirlo con Munford *; sino que se pregunta “por qué”, para qué,
poniendo en juego objetividad y subjetividad, la humanidad completa para
conocer el mundo y no sólo la razón, la parca, llana y cuestionada razón.
Esa razón puesta en entredicho desde el siglo XIX como explica Eliana Yunes** “Con Nietzsche, en la Filosofía, se tiene la visión
de que la llamada civilización occidental cristiana, ha creado esclavos de la
razón ajena, del Estado, sujetos, en el sentido semántico de sometidos, sin
voluntad ni motivación propia, sin aptitudes para la justicia y las artes, sin
creatividad, sin sensibilidad.
“Desde la medicina psicológica, Freud establece la novedad
de que la señora razón no es tanto la conciencia como el inconsciente, que no
se deja ver sino por actos fallidos, chistes, sueños y constituye la base de
las formulaciones racionales, las que se manifiestan por el discurso, por las
proposiciones, las frases y las palabras, o mejor dicho, por el lenguaje.
“La ciencia todavía nos reservaba una sorpresa desde la
perspectiva de la física atómica y la teoría de la relatividad de Einstein, al
confirmar el descentramiento de la certidumbre, de la razón pura. La naturaleza
visitada por la física newtoniana tiene sus reglas pero estas no se extienden
al macro y microcosmos.
“La idea cartesiana de la objetividad y la subjetividad
puras desaparece frente a la evidencia de los efectos mutuos que la relación
sujeto/objeto desencadena. Algo que me toca, me transforma, y la mirada que le
envío también lo modifica”.
Cito también, en torno a este tema, el poema “El congreso de
los filósofos” de Erich Weinert, mismo
que transcribe Adam Shaff en Introducción a la semántica***.
“Los filósofos hicieron un congreso
por tratar una cuestión de mucho peso:
penetrar finalmente y a conciencia
la secreta raíz de la existencia.
Se reunieron los sabios delegados
con ganzúas y llaves pertrechados,
y a la puerta del gran interrogante
se enfrentaron con afán perseverante.
Pero la puerta no se estremecía,
cerrada sin remedio parecía,
y convinieron por fin los delegados
que era aquél un mecanismo complicado.
Surgió una discusión larga y profunda
del ‘en sí’; el ‘cómo sí’- qué barahúnda-,
¡y va saliendo un hombre aquel instante,
sin birrete, por la puerta interrogante!
fruncieron la nariz muy asombrados,
sin saber dónde la llave había encontrado.
Aquel hombre explicó tranquilamente
que usar el tirador es suficiente:
‘nunca pensé, por cierto, que pudiera
cerrarse de tan sólida manera’.
Celebró el docto grupo, sonriente,
la bendita ignorancia de la gente:
¡un problema tan arduo y complicado
quererlo resolver con desenfado!
No hace falta un sistema para eso
-y tampoco haría falta este congreso.”
Bibliografía
*Lewis Munford , El mito de la máquina, Emecé Editores,
Buenos Aires, 1969, pp. 116. Traducción de Demetrio Nañez.
**Eliana Yunes, La presencia del otro en la intimidad del
yo: aprendiendo con la lectura. Col. Lecturassobrelecturas/15, pp. 11,12 y 13. Conaculta.
***Adam Schaff, Introducción a la semántica, Fondo de Cultura
Económica, México, 1966, p. 125. Traducción de Florentino M. Torner.
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