viernes, 26 de agosto de 2011

Monterrey un episodio más de una guerra absurda

Blanca Padilla

Cualquier guerra es absurda, pero la que se vive en México como antes las que se vivieron en Colombia y en Italia o la que se vive también en Brasil para combatir a los traficantes de drogas es más absurda que ninguna otra.

Esta guerra contra el narcotráfico obedece a la necedad del gobierno estadounidense de condenar el uso y tráfico de estupefacientes, de criminalizarlo y perseguirlo a cualquier precio. Una batalla ideada desde hace unos cien años y que se desató en los años setenta y ochenta con Richard Nixon y Reagan a la cabeza.

El Plan Colombia, la Iniciativa Andina, a fines de los noventa, y ahora la Iniciativa Mérida están detrás de toda la violencia que se ha desatado en América Latina en torno al narcotráfico y a la que obedientemente Felipe Calderón le dio entrada en México para no contrariar a uno de los mayores consumidores de drogas en el mundo, los Estados Unidos.

Los mismos lineamientos siguen la Oficina de las Naciones Unidas para el Control de las Drogas y la Prevención del Crimen y  la Comisión Interamericana para el Control del Abuso de las Drogas de la Organización de Estados Americanos, quienes reproducen y avalan los designios de los Estados Unidos.

A riesgo de sufrir sanciones, como país miembro de la OEA, México no puede salirse de esos límites y pensar en la legalización o la descriminalización del tráfico de drogas, tiene que hacer la guerra, aplicar medidas punitivas muy a pesar de la seguridad de los mexicanos que dice proteger.

Nadie puede salirse de esta guerra sin importunar a los Estados Unidos, basta recordar la opinión que se tiene de Evo Morales quien lucha por legalizar el cultivo de coca, misma que hasta muy entrado el siglo XX se exportaba legalmente de Perú a Estados Unidos.

México tendrá que pagar su adhesión a la estrategia prohibicionista con un muy alto precio en sangre y vidas humanas bajo el riesgo de enemistarse con el vecino del norte, pero, sin ninguna garantía real de terminar con este lucrativo y próspero negocio contra el que nadie ha podido hasta ahora por la vía de la fuerza.

Roberto Saviano, en Gomorra, se escandalizaba porque en la guerra contra el narcotráfico que se vivió en Italia había dos muertos por día, qué dirá de México donde llevamos más 50 mil en poco más de cuatro años.

La violencia, la muerte, la impunidad y la corrupción parecen inevitables mientras Estados Unidos siga obstinado en esa política prohibicionista que ha dejado daños irreversibles en los países que le han hecho el juego.

Para frenar esta carnicería no sólo hace falta invocar al buen juicio de Calderón, hace falta que a la idea hegemónica se impongan otras más flexibles para lograr un acuerdo mundial que traiga la paz. Esto, si lo que realmente preocupa son los daños a la salud y la seguridad de los civiles, no otros intereses.

Esto, al parecer, sólo pueden empujarlo las sociedades, bajo la idea de que no es natural la prohibición y menos la criminalización, las drogas han estado en este planeta Tierra desde hace cientos de miles de años y sólo fue hasta hace unos cien años que se comenzó a pensar en prohibirlas, para encarecerlas seguramente, no por cuestiones de salud.

La prohibición se hizo patente hasta después de la segunda guerra mundial y en algunos casos hasta los años ochenta. Hace entre 60 y 30 años que se comenzó a perseguir la siembra, tráfico y consumo de estupefacientes; pero, antes, laboratorios como el alemán Bayer se hicieron millonarios a costa de los adictos.

Esto nos da la idea de que los daños a la salud no son el tema en este asunto, a nadie le interesa que el número de consumidores esté creciendo en México y Latinoamérica, que la Unión Europea ya esté a la par que los Estados Unidos en número de adictos, lo único que interesa es prohibir irracionalmente las drogas y perseguir a quienes no acaten el mandato, aunque esté probado que con esto no se evitará que miles de personas consuman narcóticos.

Ante este panorama, cabe preguntarse ¿por qué México es el único país, además de Colombia, que concentra la producción y el tráfico de las principales drogas? ¿Por qué ahora? ¿Por qué con esos niveles y formas de violencia que baten récords?, como recomienda el periodista Álvaro Sierra  en su ensayo ¿Hay una narrativa periodística independiente sobre las drogas? Las curiosas paradojas de la cobertura del narcotráfico.
Responder  a esto, dice Sierra, nos haría ver la responsabilidad que cada sociedad debe asumir como parte del fenómeno de las drogas y su tráfico con lo que se terminaría con los mitos y clichés que se han formado en torno a este tema, tales como que los traficantes de drogas son los malos, que los gobiernos que los combaten son los buenos, en un reduccionista juego de policías y ladrones o que Colombia es un ejemplo a seguir para terminar con el tráfico de drogas cuando la realidad nos dice algo distinto.

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