Por Gabriel Hernández García
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A mí, el diablo me
hace los mandados, me da de comer, me sigue, lo uso, lo pongo, o lo dejo, donde
yo quiero, y ahí se queda, esperando. Lo llevo por donde necesito, le pongo a
cargar lo que yo quiero y no protesta, no dice nada, siempre es obediente y
dócil. Y no es que yo sea brujo, alquimista o que tenga algún pacto con él. En realidad
no tenemos ninguno, salvo el hecho de que me sirva y que yo, alguna que otra
vez, le haga algún favor. ¡Nada más! Sí, este sí que es un diablo útil y
servicial. En todo el tiempo que ha andado conmigo, nunca se me ha revelado, ni
lo he escuchado protestar y bueno pues, tanto porque me es útil, como porque es
sumiso lo quiero mucho. Soy de los pocos hombres que, sin tener ningún pacto
con el diablo, lo quiere, lo estima y lo cuida.