Por Blanca Padilla
Foto: Celestino Robles
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Los zopilotes, auras o gallinazos
son animales emblemáticos a los que la literatura ha recurrido en múltiples
ocasiones, incluso desde Calipso a quien, según la leyenda griega, los dioses
castigaron por amar a Odiseo aun contra la voluntad de éste.
Así como Prometeo sufrió el
castigo de ver cómo un águila devoraba su hígado que se regeneraba de manera
incesante, por haber traído el fuego a los hombres, Calipso tuvo que pagar por
haberle entregado su amor a Ulises. Pero en vez de águila era un zopilote, el
que come carroña y putrefacción, quien taladraba su muerto corazón desgarrándolo
continuamente.
En las obras de Gabriel García
Márquez, los gallinazos forman parte de pasajes donde la lobreguez y el calor
húmedo y descompuesto de la región costeña, así como las constantes matanzas
ocurridas, les dan un escenario perfecto a estos carroñeros.
En El otoño del patriarca, estos
animales, con todo y su mal olor y aspecto, toman por asalto la casa
presidencial, llena de lujos, en el momento en el que el poderío del coronel y
la sociedad a la que representa están feneciendo. Los zopilotes personifican
aquí a la muchedumbre hambrienta que combatía ese régimen y al mismo tiempo la
violencia y el oportunismo con el que algunos actuaban en esa lucha.
El historiador mexicano Paco
Igancio Taibo II, retoma para su reciente best seller, Temporada de Zopilotes,
la idea de que representan lo perverso, la traición, la confabulación. En esta
obra el escritor nos entrega un análisis novelado del episodio de la historia
de México conocido como La decena trágica, los diez días que culminaron con el
asesinato del presidente Francisco y Madero.
“La tensión estaba en el aire. La
ciudad de México era un hervidero reaccionario y porfirista donde los generales
que juraban fidelidad al presidente Madero conspiraban por las noches para dar
un golpe de Estado”, escribe Taibo II.
Y qué son los gallinazos, jotes,
zopilotes, oripopo, sucha o auras como se les nombra en las distintas regiones
de América. Son aves que pertenecen a la familia Cathartidae, muy extendida y
común en América.
Foto: Celestino Robles
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Algunas de estas aves no tienen
plumas en el cuello y otras tienen la cabeza roja. Entre ellos el zopilote rey
es el único con alas blancas y ornamentos en la cabeza que lo hacen muy
vistoso, aunque conserva el mal olor común a los de su especie.
Y cuando en las leyendas y las
obras literarias se le relaciona con lo perverso, lo sucio y lo putrefacto, no
se exagera aunque se haga tomando como parámetro la moral y los sentimientos
humanos, sin considerar que ellos sólo obedecen a su naturaleza y no se puede
decir si son malos o buenos.
Con todo, presenciar lo que estos
animales hacen, cuando son atacados por el hambre, no es nada agradable.
Las leyendas urbanas que se
cuentan acerca de los perros que los zopilotes matan en el basurero de
Zaachila, Oaxaca, extrayéndoles los ojos primero para después succionarles las
entrañas por el ano, no son tales.
Foto: Celestino Robles
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Este comportamiento no es una
leyenda, es una realidad y mi amigo Celestino Robles y yo tuvimos la fortuna y
la desgracia de presenciarlo, en el otoño del 2010, a la orilla de la carretera
Oaxaca - Puerto Escondido, en las cercanías de San José del pacífico.
A riesgo de pecar de
escatológicos lo compartimos en esta oportunidad.
Cabe destacar que el perro
atacado aún respiraba y se movía espasmódicamente al momento de observarlo.
Estos carroñeros, cuando no encuentran comida, suelen atacar a perros pequeños
y en ocasiones a venados.
Como vuelan generalmente en
parvada, rodean a la presa, luego uno salta sobre un ojo y, enseguida, lo
secunda otro, que se lanza por el que aún le queda al inocente perro. Cuando la
presa da vueltas, desorientada, la atacan por el ano para alimentarse con las
heces y las entrañas, una verdadera danza macabra.
A simple vista, el perro parecía
intacto. Sin embargo, estaba totalmente vacío. Era sólo piel, músculos y huesos
con apenas un hálito de vida.
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