Por Blanca Padilla
Hace mucho leí en Opiniones de un payaso, novelita de Heinrich
Böll, como este escritor alemán de la posguerra se pregunta, entre otras
cuestiones, por qué no se ha hecho una asociación
para proteger a los hijos de los ricos, esos que crecen siempre tan malcriados.
Basta recordar a la hija del titular de la Profeco o a la de Enrique Peña Nieto.
Al nobel de literatura le preocupaba la situación de
abandono que padecen generalmente estos niños y jóvenes, mientras sus padres se
obstinan por acumular dinero o por cumplir con sus relaciones sociales.
Aceptémoslo, la mayoría de niños y jóvenes en nuestro país están
solos y es urgente ya no hablar sino actuar al respecto, para hallar soluciones.
No los podemos dejar a su suerte.
Hoy abordo el tema ante un hecho que además de tremendo me
parece esclarecedor: el asesinato de los hijos de los periodistas Martha
González Nicholson y David Páramo, ella editora del periódico policiaco El
Peso, filial de El Diario de Chihuahua y él un polémico y exitoso comunicador de
asuntos económicos.
Diego Alejandro y David Alfredo Páramo González fueron
asesinados, presuntamente por su relación con narcotraficantes. Pero, seamos honestos,
en el fondo fueron asesinados por una situación de abandono, no de ahora, sino
de años atrás. De esos años en los que a hombres y mujeres se les forman los valores,
los hábitos y el carácter.
Etapa en la que si no se les conduce
eficazmente , ante el fracaso, solo quedan la justificación o el
deslinde. Así lo veo en este caso.
Considerando el inmenso
dolor que debe significar para una madre perder a sus hijos, me atrevo a decir que ella cae en el cliché de creer que
sus hijos son buenos por encima de cualquier realidad. Así lo denota al decir
que dará el beneficio de la duda a las autoridades para que investiguen, pero “que
no salgan con que eran unos malandros”. Son mis hijos, por lo tanto son
inocentes o, aunque fueran culpables, para mí no lo son porque los amo.
En tanto, con lo dicho por David Páramo en twitter, se
advierte la distancia que lo separó, no sabemos desde cuando, de sus hijos. Sus
palabras son casi un deslinde: “se trata de
una tragedia que enluta por lo menos a dos familias separadas hace ya mucho
tiempo”. Algo clásico también entre los padres, mientras eres exitoso puedes
llamarte mi hijo, de lo contrario no.
Tal vez una confirmación
de esto último, fue su ausencia en el funeral de los jóvenes, aunque el gesto de
absolutamente nada hubiera servido. Los niños y jóvenes necesitan nuestra
atención en vida.
Pongo el caso como
ejemplo, pero sabemos que hay miles en nuestro país y que algunos los
protagonizamos nosotros mismos. No se trata de hablar por hablar, esta es una
forma también de exorcizar mis propios demonios, de reafirmar mi decisión de
dedicarles más tiempo a mis propios
hijos y de invitar a que pongamos las
barbas a remojar.
Oportunidades laborales
siempre habrá, se puede vivir con menos, pero con los hijos solo tenemos una
oportunidad o muy pocas. No nos podemos dar el lujo de perderlas, de perderlos.
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